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ese huevo kinder, es de niño o de niña?

Hay algo que no puede faltar en mi canasta familiar: el huevo Kinder. Es un concepto majestuoso. Que exista un chocolate en forma de huevo con un muñequito adentro, para armar, coleccionar y luego pintar, es algo cercano a la perfección. Siempre compro de estos huevitos, digamos que los elijo del estante donde reposan. Sin embargo, ayer fui al supermercado y para comprar uno tenía que pedirle el favor a la cajera.

-Me da un huevito Kinder, porfa- le dije.

– ¿De cuál quieres? ¿De niño o de niña? – me preguntó la cajera, muy amable y profesional en su trabajo, mientras seguía pasando el resto de productos. Me pareció curioso, ya que está establecido que lo de niños son carros, monstruos, Thors y capitanes América, todos ellos fantásticos, mientras que lo de niñas son cositas hermosas rosadas, chicas superpoderosas, barbies y muñecas LOL.

– Porfa dame uno de mujer, es para mí, me encanta pintarlas en mi cuaderno – le respondí yo y le mostré, de hecho, el cuaderno.
La cajera, divina, una señora de unos 60 años, me sonrió y nos despedimos.

Luego hace unos cuantos meses me enamoré de unas botas Dr Martens, unas azules brillantes. Esas las vi en el catálogo y curiosamente estaban en la sección de botas de mujer. En la sección de Hombre casi todas las botas eran negras, cafés y más grandes, como más gruesas y robustas, no sé, también bacanísimas. Terminé comprando las azules, que supuestamente eran para Mujer.

Me acordaba que en la Universidad un man me dijo que yo era gay (bueno, dijo otra palabra más fuerte) porque no me gustaba el fútbol. Ese día me dio mucha risa, el man es muy querido, sigo siendo amigo de él; probablemente se le fueron las luces ese día, tal vez él en esa época era ignorante y no sabía que no tenía nada qué ver. Incluso también me dio mucha risa hace poco, que puse una foto con mi pelo pintado de azul, que un amigo me escribió preguntándome que si yo “me había pasado al otro equipo”, qué chistoso.

En fin, me empecé a comer el huevito, qué cosa tan deliciosa. Y pues sí, pensaba que bacano que una niña de 6 años pinte a Thor con Hulk y Venom peleando, tomando café o gaseosa, metiéndose a la piscina y que también un niño de 8 años tenga un cuadernito de la Barbie y que en sus dibujos pinte a las muñequitas LOL viajando al espacio o jugando bolos, qué sé yo. Todo debe ser bienvenido y no estigmatizado, probablemente así habría más mentes brillantes y limpias.

Habría más Thors sensibles y más Barbies musculosas.

Una fiesta inolvidable

Así fue todo…… vengan les cuento

 Me cogió la mano y me llevó. Caminamos varios pasadizos y ahí estaba yo, cogido de la mano de ella. O de él. No importaba el género. Rilakkuma no tiene género, es lo de menos el género en este caso. Me cogía de la mano y me pidió el favor que estuviera haciéndole compañía. Llegué a una mesa y había papitas de Mc Donald’s, salsa de tomate, palomitas y chocolates. Rilakkuma me dijo: -siéntente cómodo, espérame voy aquí al otro lado y ya vengo- , yo le di un abrazo y me quedé ahí solo. 

Me despisté un rato pero volví al momento, al famoso “embrace the moment”, cuando oí a Olafo quejándose porque la comida que pidió estaba muy cara. Estaba muy gruñón, así que fui a saludarlo, ya luego andaba yo muy bien acompañado de Calvin. Pero no del Calvin normal, despeinado y rebelde; era un Calvin peinado, con aires de filósofo, que se hacía llamar Calvin El Grandioso. 

Sonaba una música espectacular. La DJ, quien por cierto se llamaba Nicolle, una niña de pelo teñido de azul, cogido hacia la parte posterior de la coronilla, una niña que tenía una chaqueta plateada y uñas negras, mezclaba en ese momento una canción de Stay-C, un grupo de k-pop, con una de Twice. Sonaba “So bad” de Stay-C, como les digo, con “What is love” de Twice, por si quieren ir a ponerlas en sus dispositivos e impregnarse de la atmósfera tan desbordante y trepidante. 

Miraba los platos servidos y me acordé de la descripción que sobre el matrimonio de Emma y Carlos hizo Gustave Flaubert en la magnánima obra Madame Bovary. Miré a la derecha y Olafo discutía con Justo y Franco, ya que estos dos señores habían prodigado galanterías a una muñequita LOL, quien era el amor de mi vida.

Recordé que en Madame Bovary hablaban de solomillos, pollos pepitoria, sidra y guirlaches. Aquí solo había chocolates, helado de fresa, paletas de cereza y quesos en forma de ositos. Llegó Rilakkuma y me presentó a Molang. No le entendía nada, era un dialecto agudo entre inglés y francés, entendía yo mejor el japonés de Rilakkuma. Kokoro. Sonó luego “Forever young” de Blackpink y fuimos a bailar los tres. Se unieron dos muñequitas LOL, una era más pequeña que la otra, la una tenía una pinta punk, con camiseta de AC-DC y la otra tenía visos como de la Francia de los años 60s, Concidencialmente sonó L’amour c’est comme les bateaux de Sylvie Vartan y todos nos abrazamos. 

Me fui un rato a la terraza a leer un poema de Emily Dickinson. Me acompañaron Calvin y Totoro. Llegó Pepín, mi perrito, mi hijito, luego de estar jugando frisbee con Hobbes, el amigo de Calvin, y con Cristo, un perrito Yorkie marrón del tamaño del dedo gordo del pie. Estaban sudando, así que fueron a tomar agua ipso facto. Seguí viendo yo similitudes con la fiesta de Madame Bovary pero me las callé para mí mismo. Llegó luego todo el clan de Snoopy y Charlie. 

– Te amo, Rilakkuma- le dije yo y lo abracé. O la abracé. Nos abrazamos y fue mágico. Volaban unicornios.

Recordaba que la vida es lo que uno quiera hacer de ella. Por lo tanto, en ese orden de ideas, los habitantes del mundo propio, los ciudadanos de mi planeta interior, podían ser ellos, podían incluso ser más interesantes y tener más color. Todo empezó a desvanecerse poco a poco. Eran las 6:20, debía hacer café y levantarla a ella para que se bañara y fuera al colegio.

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¡Extra, extra! Existen los zapatos voladores y los ríos de salsa de tomate…

Hace unos años jugaba con un primito que tenía como, a ver, pensemos, unos tres o cuatro años en esa época. Él andaba jugando con unas tortugas ninja. Estaba Donatello, Leonardo, Miguel Ángel y Rafael. Me encantaban esas tortugas y pues sí, este bebé poseía dos de ellas, yo también tenía otras cuantas, de hecho yo ostentaba el poder de tener a Rafael en versión Samurái, con un uniforme que se le podía quitar y poner. Era espectacular. Bueno, él jugaba y yo le jugaba. Aparte de eso, como estaban de moda estas tortugas pues al niño (culicagado, como se diría en el argot de tías) también le habían regalado unas pantuflas de tortugas ninja.


El niño desfilaba y me hacía fieros en sudadera con sus babuchas de tortugas ninja. A mí se me ocurrió una vez decirle, yo muy serio y posesionado en mi papel de asesor de juguetes y moda, que usara las pantuflas como naves espaciales, en las cuales las tortugas podían viajar cómodamente y hasta asomar la cabeza. Metí a Rafael en la pantufla y le dije: “mira, quedó la nave, además mira la suela de caucho negro antideslizante, sirve para que al frenar no se deslice y aterrice bien, mira”. El primito se quedó callado un momento y se fue.

A las dos horas sirvieron el almuerzo. Entre arroz con pollo, cocacola y salsa de tomate, el culicagado llegó diciéndole a los papás: “papi, mami, miren, las tortugas andan en nave, miren la nave” e iba así como haciendo que volaban, emitiendo sonidos de propulsión a chorro, en donde se hace propulsión de babas al hacerlo (Supongo que lo están haciendo en este momento). Los papás y los demás comensales sonrieron, le cogieron la cabecita al bebé, dijeron que tan divino.

El papá del niño, que estaba al frente de mí en la mesa, me dijo, haciendo como un gesto de reverencia con la cabeza: “qué tal la imaginación de los niños, ¿no Jorge Alonso?, cómo se le ocurrió a este niño, mucho divino” y yo le respondí: “sí, mucho divino”.

Yo sonreí. Le eché mucha salsa de tomate al arroz, tenía que irme a trabajar en media hora. El arroz era como una isla, las arvejas (¿alverjas?) eran balones de fútbol, la salsa de tomate era el río y ahí nadó Rafael, en salsa de tomate, con sus espadas samurái. En mi mente, claro, con la nave espacial. Sonreí otra vez.

-¿Uy qué te pasó, te atrancaste Jorge Alonso?- me preguntaron

La imaginación es un bien común, no tiene caducidad.

El poder del arte los salvó

Empecemos como los cuentos clásicos. Érase una vez una niña que dibujaba; en su escritorio tenía colores, marcadores, borradores, hojas, tenía varios libros de diferentes autores, tanto nuevos como clásicos de la Edad Media. Su escritorio era un desorden mágico y hasta delicioso. Ahí ella dibujaba. A veces transcribía fotos, a veces algún cómic. En esas se la pasaba en sus ratos libres, cuando terminaba sus obligaciones del colegio. En la casa, su padre y hermano mayor siempre la regañaban, le decían que no servía para nada lo que hacía, que cómo así, será que con eso iba a solucionar la situación del país tan álgida. Qué desfachatez.

Ellos vivían en un pequeño villorrio que andaba con problemas de todo tipo. Ella se sentía triste porque sí, ella quería ayudar, pero lo que mejor sabía hacer y lo que más le gustaba hacer era dibujar. El papá seguía regañándola, le trataba de soñadora. Al hermano mayor se le ocurrió, mientras ella dormía, botarle los dibujos a la basura. Esos dibujos, unos coloreados, otros en carboncillo y otros en sanguina, eran inofensivos, lindos. Su hermano fue al depósito y le botó todo. Sin embargo, como ellos vivían en el séptimo piso, cuando él recogió todo para llevarlo a la basura, un dibujo se coló sutilmente por la ventana y quedó vagando libremente por el aire.

Era un día difícil. En la calle del pueblo había ogros, colmillos, nubes negras, fauces, truenos, relámpagos, dragones, boas, lobos, explosiones y en medio de todo eso iba flotando el dibujo en papel tornasol. Peleaban los ogros, los centauros, todo explotaba, había fuego y cuando alguien se aproximaba a clavar una daga en otro cuerpo, cuando ya todo iba a sucumbir al maremágnum notorio de la hecatombe, ese papel tornasol, que era el dibujo de un coqueto gorila con camiseta plateada, ese mismo viso plateado generó un reflejo a los ojos del ogro que peleaba, generándole incomodidad e impidiendo que clavara su daga al otro combatiente.

Ahí todos los contrincantes se detuvieron. Miraron qué ocurría. El papel plateado contenía también varios dibujos de animales y globos. Se detuvieron y lo miraron, un ogro recordó que cuando era niño en su selva había un gorila similar. Llegó una pantera que estaba peleando, se detuvo, miró el dibujo y no pudo evitar sonreír al ver especies tan cercanas a ella. Todo se detuvo. Todos se quedaron inmóviles y se sonrieron. ¿Qué estaban haciendo? Bajaron la cabeza y todos se marcharon, dejando solo humo alrededor.

El arte, la belleza, la inocencia no habían solucionado la guerra. Pero en ese momento, ese dibujo, esa manifestación de positivismo, impidió la partida de unas cuantas vidas. Impidió un par de muertes. Lastimosamente la niña nunca se dio por enterada, lloró mucho, pero debía continuar con su vida y tuvo que retomar su vida de dibujante desde cero, en contra de todos.

Su familia nunca la entendió, le tocó estudiar otra carrera, pero estoy seguro los combatientes, los ogros, las panteras, los linces y los leones fieros, ellos seguro sí le agradecieron de por vida. El arte les había salvado la vida.

FIN (… o más bien Comienzo..)

un día hábil en Popayán

Cuando me gradué del colegio me fui a vivir a Cali, una ciudad a dos horas de Popayán viajando en transporte de Velotax o de Tax Belalcázar, incluida una pequeña pero obligatoria parada en Piendamó. Cada cierto tiempo, cuando salía a vacaciones, esperaba con ansias estar en Popayán para poder estar ahí en un día hábil. Hago la distinción, ya que usualmente iba los fines de semana, y los fines de semana consistían en llegar tarde el viernes, echarme loción, salir a Millenio, dormir el sábado hasta las 11am, estar en la casa, comer, dormir y demás. Era diferente. El domingo, luego de almorzar trucha molinera o fríjoles en Torremolinos, mis papás me llevaban a la Terminal y me devolvía. Repito, era diferente.


En cambio durante vacaciones era otro cuento. Se cumplía mi anhelo: ir a Popayán, más exactamente al centro, en un día hábil. Me iba en colectivo y me bajaba por ahí cerca de la Viña.
Cambiemos de modo verbal, metamos segunda. Caminé por la calle sexta y me antojé de un pastel de pollo con Coca-cola en La Fontana. La Coca-cola siempre presente, es más, pasé por el Colegio Mayor, ahora llamada Institución Universitaria Colegio Mayor, y me acordé de que ahí hice un curso de inglés, en esa época mi abuela era profe de cerámica, entonces yo salía de clase, le caía en la cafetería, y ella me gastaba patacones o rosquillas, sí claro, con Coca-cola. Ma acordé de eso cuando pasé por ahí, miré hacia arriba y estaba la que había sido la casa de mi abuela, en un barrio llamado Loma de Cartagena.


Era día hábil y yo en vacaciones, qué delicia. Ahí pasaban un par de niñas con uniforme de las Josefinas. Wow, esas de quién son primas, eso no pasa un sábado. Me fui a ver discos al Eco Musical, había un par en promoción que naturalmente llevé, miré qué estaban dando de película en el Anarkos y me fui a comprar un raspa-raspa ahí abajito, por el Hueco, donde una viejita hermosa llamada doña Tere. Recuerdo que una vez con doña Tere me gané 50 mil pesos, los cuales me alcanzaron para unos zapatos Bosi y para invitar a mis primos a comer.


Verdad, había una vuelta que tenía que hacer: ir al Banco Cafetero y cambiarle ese cheque a mi papá que me pidió el favor, para ir luego a hacer la consignación en Ahorramás. La señora de Ahorramás se me hacía conocida, no sé porqué. Mi mamá me encargó que fuera al Mile a comprarle unas cintas, verdad. Luego fui un rato al parque y me senté, luego de estar visitando a Piti, mi amigo que trabajaba en el Museo Valencia. Ese bello parque, que en esa época no estaba peatonalizado, pasaban los carros y preciso me pita alguien.


-¡Tonces qué viejo tales! ¿Cómo vas, patojazo? sí, sí, estoy en vacaciones, ¡nos vemos!- le grité a un amigo que pasó en el carro. Debía ir a Ardú a comprar mecato y revistas, importantísimo, no sin antes averiguar por unos tenis en Mello’s. No existía el celular, debía ir a La Viña, sí, ahí había un monedero para llamar a la casa a ver si necesitaban algo. Compré una chuleta para llevar, pasé por Climent-Salazar comprando unas minas y me senté un rato por el Café Colombia.


Esa era mi Popayán, una ciudad blanca, bastante blanca cuya tranquilidad de esos recuerdos, de esas rosquillas y de ese raspa-raspa se van esfumando. Son los recuerdos los que deben mantenernos vivos y son ellos mismos los que dibujan, a veces de manera tan difícil, una pequeña sonrisa. Más en estos momentos, donde pareciera no haber sonrisas. Donde pareciera no haber nada.

Sí, mi Popayán. Así queremos verte: blanca, diáfana, tranquila. Eres un corazón que no va a dejar de latir.

TE INVITO A COMER MAÑANA, VALE?

Eso fue lo que le dijo Simón a Valeria. Habían quedado flechados, luego de haberse furtivamente cruzado un par de veces en el resort en el que se encontraban. Resort, centro vacacional, hotel todo incluido, llámenlo como quieran. El hecho es que eran unas cabañas en Tayrona. Valeria andaba con su familia en un plan de días compartidos, era soltera y disponía de unos cuantos días de vacaciones; lo que más quería era broncearse, trotar, lucir un vestido de baño que había comprado en OndadeMar y acabarse Sira, el nuevo libro de María Dueñas, el cual por cierto es la continuación de El Tiempo entre Costuras.

Simón Valladolid era un catalán muy apuesto. Había nacido en Tarrasa, una ciudad pequeña a media hora De Barcelona. Su contextura era hermosa, tenía mentón cuadrado, venía bronceado por naturaleza y andaba de paseo por Tayrona, ahí cerca a Santa Marta, acababa de separarse de su esposa y andaba viajando por Colombia. Ya había conocido Cartagena, había ido a la Guajira en excursión vía terrestre y antes de devolverse a Cataluña iba a pasar dos días en este hermoso resort todo incluido. Solo quería despejarse de todo, oír música y acabar de escribir su libro, un ansiado libro que llevaba escribiendo desde 2017. Nunca imaginó conocer a Valeria y quedar tan flechado. Se vieron una noche en el Bar, otro día en la piscina y otro día se encontraron durante una cata de vinos y aceites de oliva que la administración había organizado. 

Era verdad lo que le dijeron, que las colombianas son hermosas e interesantes. Cruzaron palabras, se miraron, ella descorría su mirada al son de un jazz, él trataba de acariciar su pelo, acomodándoselo debido al fuerte viento. Ese tercer día de múltiples vistas y coqueteos pusieron mambo, ellos ni cortos ni perezosos bailaron y cuando ya ella iba a besarlo en la boca, con la efervescencia de un Aperol Spritz frío, muy frío, más bien se contuvo. Le dijo:

-Eres hermoso, aunque vamos muy rápido- sí, eso le dijo Valeria.
-No te preocupes, Valeria, quiero que esto sea mágico, aún estaré otros días, te invito más bien a comer mañana, solo tú y yo, ¿te gustaría? hoy hay mucho ruido- le dijo Simón.
-Vale, veámonos aquí mañana para comer, descansa Simón- le dijo ella, dándole un leve beso en la mejilla, sonriendo y despidiéndose, no sin antes dar un par de saltos de emoción propios de una mujer de su edad, una bella mujer surcando los treinta abriles.

Al otro día ella, muy puntual, a las 7:30pm, en la noche, se sentó en la sala de espera del restaurante italiano. Pero él nunca llegó. Valeria le dio una espera de una hora, hasta las 8:30pm. Él nunca llegó. Ella lloró mucho, fue a pasear por el malecón, tomó una cerveza, su corazón se marchitó y desde ahí su vida cambió de matiz. Ella quedó muy triste, nunca volvió a ser la misma, ella juraba que ahí había amor. Qué desilusión.

Ese mismo día, muy puntual a la 1pm, , en la tarde, Simón había llegado a la misma sala de espera del restaurante italiano. Estaba con mucha hambre, la piscina y el calor hacen dar mucha hambre, él tenía pensado pedir los raviolis con pesto, la especialidad de la casa. Pero ella nunca llegó, nunca. Simón le dio una hora de espera, hasta las 2pm, pero ella nunca apareció. ¿Qué podía haber pasado? Él sentía que había un renacer en su vida amorosa, él imaginaba que Dios le tenía guardada la posibilidad de enamorarse nuevamente, él no lo podía creer, alcanzó a soltar una lágrima, fue al baño, se miró al espejo. ¿porqué ella le había quedado mal? Desde ahí él quedó con un sinsabor, nunca volvió a ser el mismo, siempre hubiera querido averiguar porqué ella frenó todo. Nunca lo supo, a los dos días hubo de devolverse a Cataluña. Los trabajadores del hotel tenían prohibido dar información de sus clientes.

Qué tristeza, otra relación amorosa que no pudo ser. Un amor que no pudo darse, que no floreció.
Solo porque para los españoles “Comer” equivale a Almorzar y para los colombianos equivale a Cenar. El idioma los separó.

a quién citarían ustedes?

Qué bello es ver cuando las páginas que quedan por leer son menos que las ya leídas. Tal como el reloj de arena que desocupa lo de arriba para ir llenando lo de abajo, asimismo con los libros el avance es un placer indescriptible. O más bien, sí que es descriptible, por algo estoy aquí acostado en mi cama escribiendo esto. Comunicar sentimientos es, creo yo, la mayor diferencia que tenemos frente a los demás seres. Poder contar una historia, dejar de lado lo efímero y promulgar por plasmar en tinta algo. A alguien no le gustará, a alguien sí, y así se va creando una red de conocimiento. Mientras caminaba, leyendo en papel, de pie, existen enemigos temporales como el viento o algunas gotas de llovizna, estas van pintando de globos redondos las hojas del libro. Llevo uno en la mano y otro en el bolsillo mientras paseo a mi mejor amigo, mi perrito hermoso. Es un ser diminuto que tiene 7 años, todo el mundo cree que yo lo cuido a él, pero lo que nadie sabe es que él cuida de mi. Nadie sabe lo que ocurre en mi mundo interior, nadie conoce mi burbuja. Él me ayuda a leer. Somos lazarillos. Mientras voy así pienso en cada personaje de los libros. Cuántas mezclas de carácteres y de caracteres. De letras y de formas de ser.

Claro, probablemente quien no lee o quien no escribe no se vaya a sentir identificado con esto, pero precisamente por eso es que en la humanidad se van haciendo filtros y embudos. Siempre recuerdo una pregunta que  hacen por ahí en una revista: “¿Con qué personaje literario le gustaría tomarse un café?”. Dilemas eternos que se van complicando a medida que más letras llegan a la mente. Si me toca escoger, qué delicia poner a la niña mala, protagonista de las Travesuras de la niña mala de Vargas Llosa, a almorzar con Sira, del libro de María Dueñas. Ambas recorrieron mil vicisitudes, ambas sufrieron en diferentes ciudades del mundo, ¿de qué tanto podrían hablar si se reunieran en un restaurante mientras es toman un saketini?

Veo una mujer cansada de la relación con su esposo. Ella es Emma, la gran madame Bovary. Ahora que lo pienso, además entrando al campo de las series, ese cansancio también lo experimenta Catalina la Grande con Pedro, allá en la Rusia de mil setecientos. Wow, ellas bien podrían reunirse en un café, pedir dos dedos de queso y hablar de relaciones maritales (y extramaritales). Aunque si le meto un villano por ahí, me imagino a Pascual Duarte, el criminal del libro de Camilo José Cela, intimidándolas desde algún número desconocido. 

Hubo alguien de quien quedé totalmente enamorado: de la mamá y a la vez esposa  (sí, Edipo en su máxima expresión) de Gregorius en El Elegido, hermoso libro de Thomas Mann. Esta señora se llamaba Sibila y tenía gran doncellez, por allá en el siglo V. La imagino elegante, bien se podría reunir con algún personaje de los cuentos de Francis Scott Fitzgerald de los años 20. Es más, en el cuento “El diamante tan grande como el Ritz” sale un millonario que ostenta un diamante gigantesco. ¿Será que de pronto se pueden reunir en un bar? Siglo V y XX conviviendo ahí, quién sabe que en un rooftop surja algo y terminen besándose delicioso. Que no vea Gregorius por favor.

La imaginación vuela. Las manos escritoras lo aterrizan. Ustedes son los pasajeros. Yo soy el azafato. Ejemplos hay miles, letras hay ahí sí que millones.

¿A qué personajes pondrían ustedes en alguna cita?

Lola abrió los ojos

Lola abrió los ojos, eran las 6am, no necesitaba despertador, a esa hora sentía un pequeño ser raspar las cobijas con sus garras. Era su mascotica, un galgo blanco, exacto como un reloj, pidiéndole que lo bajara al parque a hacer sus necesidades. Se paró, ella vive sola y baila sola, se puso un cárdigan beige, recogió su pelo, se puso unos tenis plateados y bajó. Era sábado, podía dormir otro rato más. Tomó un sorbo de agua. Cuando iba en el ascensor la mascota le empezó a hablarle, a veces inexplicablemente modulaba palabras del léxico castellano.

– ¿Hoy te va a visitar Daniel? – le preguntó Balzac, el perro.

Ella con toda la naturalidad le dijo: -No sé, eso espero, me había dicho que me quería llevar a la ciudad de hierro, pero no sé cómo decirle que a mí no me gustan las atracciones extremas, yo prefiero quedarme en un jardín comiendo un helado, no más, ¿qué le digo, Balzac? igual me gusta mucho Dani-

-Hagamos una cosa, cuando él llegue, si es que llega, yo ladro bastante hasta que se aburra y lo muerdo en la pierna. ¿qué dices? – dijo Balzac mientras le ladraba al portero. Todos sonreían educadamente, tal vez pensando en el fondo “Qué jartera de perro este”.

-Listo, hagamos eso; Oye, mira que estoy leyendo un libro llamado “Tratado de la vida elegante”, qué risa, el autor se llama Honoré de Balzac, así como tú, perrito divino- le susurraba Lola a su perro.

-Sí, mi anterior dueño tenía ese libro. Cuando él estaba vivo, lo compró. El autor dice que la elegancia es una mezcla de sencillez, armonía y limpieza. También que el hombre se puede volver rico, pero nunca podrá volverse elegante. Ser elegante es algo con lo que se nace. Es un tratado espectacular, escrito como en 1850- dijo Balzac. -Por eso ha de ser que me llamo así, ¿no? –

-Probablemente. Yo opino que la elegancia es lo más importante. Siempre trato de vestirme bien, no importa si tengo que quedarme en la casa. No entiendo cómo puede haber alguien que se queda en sudadera y no se esmera por vestirse bien. Los buenos vestidos es algo muy importante para la sociedad. No podría estar nunca mal vestida- decía Lolita.

– Exacto. No debes confundirla con el lujo. Es decir, imagina alguien ostentoso que se pone mil cosas carísimas, eso no es elegancia, no tiene nada que ver- decía Balzac. Seguía ladrando. Ya luego eran las 10am y sonó el timbre. Lolita andaba tomando café, recién bañada y vestida con unos jeans súper anchos, unos Adidas Superstar plateados, una bomber jacket azul turquí y una camisa de un color rosado muy sutil.

Balzac empezó a ladrar y a ladrar. Llegó Daniel a hacerle visita y seguía empecinado en invitarla a la ciudad de hierro. Lo único rico era la manzana acaramelada, de resto nada más. Pasó algo y de un momento a otro inexplicablemente Balzac se calló, no siguió ladrando. Ni siquiera pensó en morderlo.

-Hola Lolita, ¿cómo estás? Vamos entonces al parque, la vamos a pasar delicioso- le decía Daniel, mientras Lolita miraba a su perro Balzac. ¿porqué se había quedado callado? Le quedó mal, era imposible que ahora no le hiciera el cuarto, Lolita se molestó bastante.

Daniel había llevado una perrita que le habían regalado. Estaba feliz, era de la misma raza de Balzac y se llamaba Adina; claro, esa era la razón por la cual de un momento a otro Balzac, el perro Galgo, se había calmado y hasta estaba contento.

Terminaron yendo al parque los cuatro y Lolita casi se vomita pero no vomitó. Y claro, comieron manzana acarameladas. Daniel la besó varias veces. Floreció el romance.

Cuando estaban los dos solos, Lolita le dijo a Balzac: -oye, no ladraste, yo no quería venir, claro, al ver a tu perrita quedaste muy contento, ¿no? Jaja, mucho oportunista, no te quiero ya, jaja-

-Guau, guau, claro, eso hace parte también de ser elegante. El amor es elegancia, mi querida Lolita- le respondió Balzac, lamiéndole la cara. Claro, todos iban  muy bien vestidos (como siempre).

Siempre se vestían bien.

Máximo ejemplo de curiosidad, nada lo supera…..

Podemos ver que en la vida hay coincidencias, siempre hablo de ellas, me encanta alimentarme de ellas. Hace poco una lectora me dijo que, respecto a un espectacular libro que devoré hace un par de días, “Travesuras de una niña mala” de Vargas Llosa, ella iba leyendo la parte sobre París, el protagonista vivía por la École Militaire y resulta que, precisamente, cuando ella iba leyendo esas líneas pasó caminando precisamente por ese sitio, por la estación de metro de la École. ¿Coincidencias? digamos que sí, pero no tanto.

Puedo decir el milagro pero no el santo. Hace unos años me contaron que iba por pleno París un señor feliz con su amante, escapados delicioso, imagino tomando algo en Montmartre, besándose por todos los barrios, por Saint-Germain-de-Prés, qué sé yo, cuando se encontró este señor a una vecina de Popayán que andaba de casualidad (de cazuela diría mi nana) por allá por París. ¿Coincidencia? bah, nada como la que yo les tengo aquí.

Siempre en las vacaciones nos encontrábamos a los mismos vecinos. íbamos a Cali, ahí los veíamos. A Pasto una vez que fuimos, también ahí estaban. Incluso una vez nos fuimos en carro a conocer las playas de Ecuador y recuerdo, yo tenía como 10 años, que ahí aparecieron. Tanto sería que para vaticinar cuál sería nuestro próximo destino tan solo era necesario espiarlos por la ventana. O expiarlos más bien. ¿Coincidencias? ninguna como esta.

El idioma español tiene 88 mil palabras, según el diccionario oficial de la Real Academia. Por otro lado Wikipedia dice que son 93 mil. En fin, son muchísimas. Por eso, nunca lo superaré, ninguna coincidencia supera la relacionada con las matemáticas. Habiendo tantas palabras, no puedo creer, me traumatiza que exista el Seno de Theta. 93 mil palabras y los matemáticos duros en la trigonometría tenían que abrir la bizarra, gallarda, inexplicable posibilidad de meter dos sinónimos ominosos, sinónimos que marcaron mi adolescencia con risas, rostros ruborizados, alzadas de ceja y burlas al oír a Wilson, mi querido profe de Física, diciendo con su voz gruesa en mis plenos 13 años: el seno de theta. 

Sí, el seno de theta. Nunca nada lo superará. Nada, ni encontrarme a mis vecinos hasta en la sopa (de letras).
recuérdenlo: más historias en mi instagram @kemistrye o en mi página de la vida en finanzas.
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Se llamaba Fernanda

Estudiaba en la facultad de Ingeniería, era alta, rubia, sofisticada, desenfadada, su pelo era corto, era alta, estilizada, siempre tenía algo diferente en sus detalles. Me llamaba la atención, no más que al resto de gente, no era una obsesión ni mucho menos, solo me agradaba verla. No hacía parte de esas personas a quien uno quiere de novia, sino más bien a aquellas a quien uno quiere simplemente observar, ver fluir y levitar. 

 En esa época el club electrónico más interesante se llamaba La Sala. Era minimalista, blanco, gaseoso, etéreo y la música era excelsa. Ese día fui solo. Muchas cosas que por definición son grupales, para mi caso, precisamente esa categoría de grupalidad es la que me genera algo de desaliento y prefiero hacerlas solo. Ir a cine, almorzar o en este caso, salir de rumba a la deriva. Ahí estaba ella, yo estaba solo. Bailando minnimal house se me acercó y me dijo que me había visto por ahí, en la universidad. -Sí, claro, yo también te he visto- le dije. Sentí que me miraba diferente.

El boom espacial, unos cartoons proyectados en la pantalla, un Margarita. Al despedirse, ella estaba con un amigo, y ofrecieron llevarme a mi casa. Palabras más, palabras menos, cuando me iba a despedir, ella cerró los ojos y me propinó un delicioso pico. Un pico sublime y sutil. Yo quedé sorprendido y así me fui a dormir. Le había interesado, no podía creerlo, qué belleza, la había dejado flechada. Buena, tigre.

Quedé sorprendido, claro está, y muy emocionado. Un poco extasiado también. Nunca nada pasó a mayores, por ahí me la encontré luego, la llamé un par de veces y nunca nada floreció. Supongo que fue el calor de la noche, del minnimal house y del Margarita. Sentía que yo le gustaba pero pues yo vivía lejos de donde ella, no sé, nunca volvió a pasar nada. Seguro fue culpa de las circunstancias pero sé que le gustaba.

Pasaron aproximadamente 10 años. Estaba hablando casualmente con una amiga de la época de la universidad. Yo le pregunté:
-¿Tú creo que estudiabas ingeniería, no?- le pregunté a mi amiga
-Sí, claro, yo estudiaba ingeniería- me dijo ella.
-A mí me encantaba Fernanda, la alta, la rubia, es más, mira que una vez……- ya merito le iba a contar cuando mi amiga súbitamente me interrumpió, no me dejó ni siquiera empezar a contar la historia.

-Ay no, de Fernanda no hablemos. Me incomodaba mucho que a todo el mundo saludaba de pico, eso se me hacía muy pero muy extraño, a todos les daba pico, pico va, pico viene, con todos, no sé, con las amigas, amigos, lo consideraba normal, ay qué pena, pero ven, te interrumpí, ¿Qué me ibas a contar?- me dijo mi amiga.

Me quedé en silencio un rato.

-No, no, nada, tranquila- contesté yo. Le cambié de tema, me atranqué y comencé a toser.