Una confesión a MAdame Bovary

-Bueno, cuéntame, ¿Qué hiciste hoy?- 

-Era algo que tenía que hacer. Sentí el deseo irrefrenable de transmitir algo. Acababa de leer Madame Bovary, me conmovió mucho. Hace ya dos semanas había escrito sobre La Odisea, pero esta vez dije, porqué no, también sería bastante provechoso escribir sobre ella, sobre Emma. Quisiera darle las gracias a Gustave Flaubert, el escritor. ¿Sería eso posible? ¿habría forma de hacerle llegar el recado?

-Vamos a ver, aquí siempre se hará todo lo posible, aunque él está en el lote de los que murieron en 1880. Pero prosigue, ¿Qué más querías decirme?-

-Bueno, continúo con Madame. Hay algo que me gusta mucho en el campo musical, es lo que se llama la Chanson Française. A menudo oigo estas baladas francesas de los años 60 y 70. Françoise Hardy es una gran exponente. Puse de hecho L’amitié a todo volumen, luego puse a Coralie Clément. Me embebí en la canción francesa, algo que bien podría acompañarse de unos macarons, una bufanda Hermés, mi loción Terre, unas fresas, un color sangre de toro en las uñas, un delineador oscuro en los ojos. Sensualidad y estilo, toda una alegoría a Halston, a la moda, al amor, al jardín de Luxemburgo. Bueno, lo que le decía, toda la atmósfera de Madame en la que anduve metido unas cuantas semanas fue hermosa. Hay una frase al final que dice: “¡ES CULPA DE LA FATALIDAD!”. Pero bueno, no quiero dañarle el final a quien no lo ha leído. Qué linda la literatura. 
En el libro se habla de las personalidades. La mujer alemana era vaporosa, la francesa era libertina y la italiana apasionada. Eso lo decía Gustave, como digo, me metí en el libro, qué rico que la gente por leer esto se metiera también en esa atmósfera de mil ochocientos. Ay Madame, salían del Hotel de Boulogne, en ciertas ocasiones le arrancaban la cinta delgada de su corsé. Los amantes se sublevaban contra la absorción cada vez mayor de su personalidad. Qué pasión previa, qué bello imaginarlo y escribirlo. ¿Continúo?-

-Sí, continúa. Por cierto, ya le escribí a Gustave, ya le di tu recado-

-Gracias, es delicioso transmitir gustos. Mencionando situaciones del libro, alguien tocaba en el cielo epitalamios elegíacos, había largas levitas, hubo un pagaré de 700 francos, ay las deudas, ningún ser humano, por mucha clase que tenga, se salva de ellas en algún momento de su vida. Cucharillas de plata dorada, adulterios. Creo que me enamoré de ella, pude sentir la pasión en su ser, Madame debió ser hermosa. Sus cejas, imagino su perfil, su torso, su boca. ¿Podría decirle a Madame Bovary que quisiera algún día una cita con ella? Con mirarla y recorrer su perfil con mi dedo índice ya todo sería suficiente, con percibir su aroma ya con eso se sublevarían las pasiones. Dile por favor.

-¿Sí señor, algo más que quieras decir de tu experiencia?-

-Nada. Solo mencionaré un término del libro que me gustó mucho: “la inefable seducción de la virtud que sucumbe”. Le daré play ahora a Françoise nuevamente. Todo continúa, ya estoy en la modernidad, en la música electrónica y en el k-pop plateado y ultramoderno. Cambio y fuera. Gracias, conciencia. 

 
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Sobre La Odisea y demás delicias

Desde 2013 y durante 6 años ininterrumpidos estuve escribiendo un blog diario, entregando un escrito muy puntualmente a las 6am. Empecé narrando noticias financieras, pero me picaba contar otras cosas y me picaba también narrar una que otra historia, por eso es que todo desembocó en un híbrido. Yo dejé de hacer ese blog y ahora lo que les cuento son historias, más o menos una por semana. Por lo tanto me quedó desnuda, quedó huérfana esa pata relacionada con el periodismo, la que no está relacionada con contar una historia sino más bien la relacionada con hablar de hechos ocurridos, de libros leídos, de series disfrutadas o de comidas degustadas.
Siempre quiero transmitir ese gusto sobre lo que percibo del mundo. Es la eterna bola de nieve. Siempre digo que, si estamos en un grupo de 30 personas y luego una o dos aunque sea me preguntan por algún libro luego o por alguna canción, me daré por bien servido. Tengo que hablar de lo que me gusta, mi ADN escrito está compuesto por 50% historias y 50% percepciones. Dentro de eso, hace poco leí a conciencia, con todos los sentidos puestos, una gran obra de arte llamada La Odisea. Me conmovió mucho, creo que es el libro en donde más se enaltece el sentimiento de esperanza. Es decir, luego de la guerra de Troya, este señor Ulises quiere volver a su tierra, Ítaca, para ver a su esposa Penélope, a su hijo Telémaco y a su perro Argos.
Las aventuras que le toca vivir son muchas. Aparecen las sirenas y aquí hago un alto en el camino: no son las mismas sirenas nórdicas, con cuerpo de pez y torso de mujer. Son más bien pájaros gigantes con cara de mujer. Ya estos hechos, este conocimiento que no se percibe en la superficie sino que hay que escarbar, es el que me encanta. Bueno, luego Ulises debe ir a varias islas, ve cíclopes, lotófagos, horrendos lestrígones (no imaginan lo feo que los describen), conoce a Circe en la isla Eea, ve a un monstruo llamado Escila, otro llamado Caribdis, siempre la hermosa Atenea lo acompaña, siempre comen miles de carnes, toman vinos, descansan en lino, van donde el rey Alcínoo. Mil cosas, qué hermosura por Dios.
No entiendo porqué lo ponen de obligatoria lectura a niños de 10, de 13, de 15 años. Es esa misma obligatoriedad la que le quita la magia. Y Penélope ahí esperándolo, llorando por él, ya suponiendo que él no volverá nunca.
Hubo algo muy lindo. Debido a que Ulises no llegaba, todos los habitantes de Itaca le decían algo así como “oiga, doña Penélope, ya que su esposo falleció, entonces por favor abra una convocatoria para nuevo esposo”, ahí tenía muchos pretendientes. Ella decía que luego, que ella andaba tejiendo un bordado y lo mostraba a la gente. Les decía que cuando lo terminara pues ahí ya se pondría en la labor de conseguir esposo. Resulta que en la noche ella destejía lo tejido y volvía a quedar en ceros, para así nunca acabar, para así nunca casarse nuevamente. Ulises era irremplazable.
Mil cosas de las que quiero escribirles. Por ahora dejémoslo aquí, esa mitología griega es hermosa, nos ofrece al ser humano en su máxima expresión: sensible, fuerte, con errores pero con ímpetu. Ulises somos todos nosotros.

señora me ayuda?

Ayer salí con un saco de capucha gris, de esos que denominan “hoodies”, encima unos audífonos Pioneer gigantes y un mechón de mi pelo azul salía por un costado de mi cara. Iba oyendo una cantante sueca que me encanta, Alice Boman. Si quieren oigan “Be mine”, el Jaakko Eino Kalevi remix. Esta canción y muchas otras súper indie las descubrí en la banda sonora de Dickinson, una serie que acabo de acabar en Apple+, sobre la vida de la poeta (¿poetisa?) Emily Dickinson. Básicamente amo a Emily Dickinson y a quien la interpreta: Hailee Steinfeld. Iba por ahí, creyéndome Emily Dickinson, pateando piedras, paseando a mi perrito Yorkshire Terrier., mirando mis botas azules. Música a todo volumen, nada a mi exterior importaba (importa).

Vi que alguien me hacía señas. ¿Sí sería a mí? Yo tengo una especie de trauma, porque una vez cuando tenía 14 años estaba con una gente y pasó alguien saludando en un carro rápido, yo pensé que era para mí el saludo, efectivamente saludé y pues el saludo era para alguien que estaba detrás de mí. Claramente se burlaron. Así que cuando alguien hace señas para saludarme lo pienso dos, tres, cuatro veces antes de actuar. Pero bueno, soy un niño de 8 años, nadie me conoce así que si me hacía señas un señor de 70 años y otra señora de unos cuantos años menos, sería para algo. Èl dijo: “Señora, ¿me podría ayudar?”. Yo les pregunté si era para mí, señalándome a mí mismo y alzando la ceja. El señor dijo que sí. “Señora, ¿me podría ayudar?”, repitió. Me dio risa. Le puse pausa a Alice Boman porque no entendía nada, siempre me abstraigo cuando voy en mi mundo. 

“Sí, claro, ¿qué necesitas?”, dije acercándomele a él, poniendo voz gruesa. Él me ofreció disculpas, pensando que yo era una señora. ¿Me habrá confundido con Emily Dickinson? El hecho es que este señor andaba caminando cojo, recién operado, estaba malo de la rodilla, tenía una especie de bastón y al salir del parqueadero habían puesto un carro demasiado pegado al de él, así que no podía entrar por la puerta del conductor sino que tocaba entrar por la del copiloto. Claramente él no podía hacer eso. Yo me sentí como un superhéroe, le dije que claro, que me tuviera a mi perrito, me metí por el lado del copiloto, llegué al puesto del piloto, puse reversa, salí y ya él pudo entrar perfecto. Me agradeció muchísimo, casi llora porque se sentía muy mal por estar impedido.

Y lo sencillo que fue. Y lo difícil que para él era. Todos podemos ser héroes algún día. Él me volvió a ofrecer disculpas al despedirse. Le dije que no tenía nada de qué disculparse. Todos los artistas, en últimas, tienen algo de mujer, de hombre y de niño. Y pelo azul también.

Bullying al color blanco

Últimamente en kemistrylandia, de donde soy CEO, caudillo y presidente ejecutivo, anda latente y vigente la tendencia de dibujar con lápiz y pintar con colores. Es algo que siempre me ha gustado hacer y ahora más que nunca: compré un set de 24 lápices de doble punta Prismacolor que incluyen matices hermosos y literarios como el azul noche, el ocre, el rojo ladrillo y el amarillo limón. Está el granate, el violeta y el morado. Es un placer inmenso y claramente compré cartuchera de unicornios. 

A todas estas debo ofrecer disculpas y creo que nunca es tarde para resarcir todo. Me siento muy mal. Yo también de niño pintaba y empezaba a gastar poco a poco cada lapiz. El negro se iba rápido puesto que uno repintaba mucho, el azul es mi color favorito y siempre es el que más usaba, al morado y al rosado siempre les daba palo, pero había un lápiz, un color que nunca usaba: el blanco. Siempre quedaba incólume al final del año. Yo me le burlaba, lo confieso, siempre le decía:

-Oye, eres inútil. Mira tus amigos, mira el azul todo gastado, mira el rojo como ya hasta se rompió la mina de tanto uso. Tú estás ahí quieto, con la punta sacada, nadie te usa, no sirves- le decía yo en la época del colegio mientras hacía las tareas. El color blanco siempre quedaba sin utilizar. Claro, ¿para qué usar el color blanco en un dibujo que se hacía en una hoja blanca? Absurdo, no servía para nada el color blanco.

Estuve tentado a escribirle al gerente de Prismacolor, o de Magicolor, diciéndole que no se desgastara, que como cliente podía asegurarle que era inútil que fabricaran el color blanco. -Oye, color blanco, no sirves, me da pesar contigo pero no sirves, hazte a la idea, mézclate con alguien, mézclate con el rojo para hacer rosado pero tú no tienes individualidad, no eres original, hey Blanco-  le decía yo siempre. Una vez mi cartuchera estaba mojada: el color blanco estaba llorando.

Ahora es el año, a ver, veamos, creo que es el 2021. Salió una película en Apple tv+ que visualmente me enloqueció: Wolfwalkers. Hermosa visualmente. Entonces me puse a dibujar a las wolfwalkers, a la niña protagonista irlandesa que se llama Robyn Goodfellowe. Qué bella película animada, no se lo imaginan.

Hoy ando pintando en una agenda que me regalaron, cuyas hojas son como ese café claro de las hojas recicladas, ¿lo tienen presente? no son hojas blancas sino como beige. Estaba pintando el pelo rubio de Robyn, debía pintar la parte blanca de los ojos y también una dentadura. Miré los colores y ahí estabas, color blanco. Empecé a pintar sobre la hoja reciclada beige y el color blanco empezó a difuminarse, empezó a alumbrar, empecé a irisar la hoja, así como cuando se enjalbega una pared de cal. Todo empezó a cobrar vida, una energía inusitada gracias al color blanco. 

Todo fue hermoso. Me di cuenta que el color blanco servía y mucho. Fue de hecho el color más importante de ese dibujo. Me di cuenta que a veces, no es que uno no sirva para algo, sino que tal vez no existen las condiciones para florecer. Le ofrecí disculpas, te ofrezco disculpas por el bullying, color blanco.

Miré de reojo, de soslayo. El lápiz color blanco me estaba sonriendo. Continué dibujando, continúo dibujando. Y escribiéndoles.

cómo habrá sido mi firma?

Hace poco tuve un pequeño inconveniente operativo. Tenía que realizar un trámite relacionado con unos documentos que había firmado en 2007, imagínense ya tan distante esa fecha. ¿Qué andaban haciendo ustedes en 2007? 
Ese día hice mi firma, llené los papeles que tocaba llenar y una señora, al revisar todo, no aceptó los papeles porque argumentó que mi firma no coincidía. 

-Niño, esta firma es diferente a la que está registrada. La firma que usted hizo en 2007 es muy diferente a la que acaba de hacer- dijo la señora.

Qué raro. No es mi intención aquí criticar, antes qué pereza ponerme en esas, estoy de acuerdo con que hagan eso, la intención es evitar la suplantación de identidades. Probablemente el que estaba ahí haciendo la vuelta no era yo sino un cantante británico de rock o un escritor decimonónico viajando en el tiempo parecido a mí. La solución era fácil: simplemente tocaba ir a la notaría, autenticar mi firma  y ya, asunto arreglado.

Le pregunté a la señora si me podía mostrar cómo era mi firma en 2007 pero no se podía. Quedé con la duda, es más, de mis principales dudas existenciales es saber cómo era mi firma en ese entonces. Me acordé de que cuando era niño, o bueno, más bien cuando tenía menos de diez años de edad, veía cómo los adultos firmaban y veía que entre más ilegible tenía más estatus. 

Por lo tanto hice el clásico, con el que seguro todos se sentirán identificados y esbozarán una sonrisa: cuando saqué la cédula puse mi nombre y encima hice una marca como la de El Zorro, una Z cubriendo toda la letra y terminé con la mayor muestra de dignidad y alevosía en el siglo XX: un punto a la derecha. Ya tenía mi firma.
Pero la gente seguía firmando muy raro, yo sentía que mi firma no tenía carácter. Lo que hice luego, para agregar carácter, templanza y firmeza, fue ya no poner un punto al final sino dos. Debí haber puesto una carita feliz, o una nubecita, no sé.

El hecho es que quedé con la duda, yo juré que firmaba igual que ahora. No sé. Tal vez ahora bajé de estatus y puse un punto, o no hice la marca de El Zorro sino al revés: la S de Supermán. 

Hasta la próxima amig@s.

todo se congeló

Una vez andaba caminando. Iba leyendo por un lado “La muerte en Venecia” de Thomas Mann y por otro lado “La mujer rota” de Simone de Beauvoir. No conozco un escritor más descriptivo que Thomas Mann, tal vez sentí eso con Christopher Isherwood o con Javier Marías, no sé, pero es delicioso como describe a la gente y sus facciones. Luego me transportaba al mundo de Simone, te amo Simone, la vez que acabé “La Mujer Rota”, ese día puntual, sentí que no iba a poder dormirme sin acabar la historia, sin saber qué iba a pasar con los protagonistas, con ese matrimonio en decadencia. Iba en esas y una bella mujer tocó mi espalda, tenía pinta como de detective.

-Oye, siempre veo que andas con tu cuaderno apuntando de todo. ¿Eso de qué te sirve? Siempre estás apuntando frases, prefieres eso a hablar, prefieres apuntar a conversar. Luego el cuaderno se te acaba, lo llenas de dibujos, de stickers de unicornios, lo botas, entonces ¿para qué llenas ese cuaderno?- me preguntó la detective, con un español fuerte, con acento de Europa del Este. 

La miré. No sé, pensé en besarla y volarme con ella al Meat Packing district, se me pasó por la cabeza. O hacerle cosquillas para así romper su irrefrenable seriedad. De un momento a otro el tiempo se detuvo, pero el tiempo de los demás, no el mío. Yo continuaba igual pero todo el mundo estaba congelado, así como en un Mannequin challenge. Le toqué la nariz, efectivamente le hice cosquillas, no la besé, le acomodé un flequillo que estaba tapándole los ojos, olía a Pleats Please de Issey Miyake. Hermosa, además tenía un pantalón de mezclilla, una blusa fluorescente Miu Miu y unos stilletos rojos Gucci. ¿Qué le respondo? Pensé en responderle precisamente mirando la fuente del delito, el objeto del deseo, abrí un cuaderno apuntado por mí del año 2011. ¿Qué podría encontrarme?

Me encontré con varios apuntes. Había apuntado las famosas 7 palabras que pronunció Jesús. Había dos canciones recomendadas, estaba escrito el nombre de Lázaro de Betania y el Sanedrín. Claro, me acordé que me había leído en esa época Caballo de Troya. Había un teléfono, una frase de Dr Jekyll (claro, me había leído el Dr Jekyll & Mr Hyde). 

Luego me encontré un diálogo que yo había apuntado. Resulta que mi hijita en esa época tenía como dos años, y ella dijo lo siguiente: “Papá, en Popayán hay un queso con cáscara de tomate”. Claro, me acordé del queso holandés, el de cáscara roja. Claro, cáscara de tomate. No pude evitar sonreír, no con nostalgia, más bien con alegría de lo sucedido y de lo recordado. Varios diálogos con ella, respecto de películas que me había visto con ella. Vi frases de Hemingway, sinónimos, más apuntes, también otras memorias de la bebé, en las que argumentaba, con toda la seguridad de un niño de dos o tres años, que seguramente uno debería sudar mucho en el planeta Mercurio, puesto que es el más cercano al Sol. 

Ella me enseñó eso, que en Mercurio uno debe sudar mucho. Que también en Popayán hay quesos con cáscaras de tomate. Luego estaban escritas unas memorias mías, respecto a cómo me sentí, cómo me enloquecí y cómo me transporté durante una exposición de arte conceptual en la galería Santafé, en el centro de la ciudad. Encontré mucha información condensada en unas cuantas hojas.

El tiempo volvió su curso normal. La espía, quien se llamaba Nicolle, me seguía mirando. -Responda, responda- me seguía imponiendo, con su acento, con su seriedad, con esa blusa Miu Miu. Vi también que tenía una pulsera Tous con incrustaciones de zafiro. Le dije que sí, que qué bobada, que tenía razón. De nada sirven esos cuadernos. Me guiñé a mí mismo.

La besé y nos fuimos, efectivamente, a un bar en el Meat Packing District. 

ese huevo kinder, es de niño o de niña?

Hay algo que no puede faltar en mi canasta familiar: el huevo Kinder. Es un concepto majestuoso. Que exista un chocolate en forma de huevo con un muñequito adentro, para armar, coleccionar y luego pintar, es algo cercano a la perfección. Siempre compro de estos huevitos, digamos que los elijo del estante donde reposan. Sin embargo, ayer fui al supermercado y para comprar uno tenía que pedirle el favor a la cajera.

-Me da un huevito Kinder, porfa- le dije.

– ¿De cuál quieres? ¿De niño o de niña? – me preguntó la cajera, muy amable y profesional en su trabajo, mientras seguía pasando el resto de productos. Me pareció curioso, ya que está establecido que lo de niños son carros, monstruos, Thors y capitanes América, todos ellos fantásticos, mientras que lo de niñas son cositas hermosas rosadas, chicas superpoderosas, barbies y muñecas LOL.

– Porfa dame uno de mujer, es para mí, me encanta pintarlas en mi cuaderno – le respondí yo y le mostré, de hecho, el cuaderno.
La cajera, divina, una señora de unos 60 años, me sonrió y nos despedimos.

Luego hace unos cuantos meses me enamoré de unas botas Dr Martens, unas azules brillantes. Esas las vi en el catálogo y curiosamente estaban en la sección de botas de mujer. En la sección de Hombre casi todas las botas eran negras, cafés y más grandes, como más gruesas y robustas, no sé, también bacanísimas. Terminé comprando las azules, que supuestamente eran para Mujer.

Me acordaba que en la Universidad un man me dijo que yo era gay (bueno, dijo otra palabra más fuerte) porque no me gustaba el fútbol. Ese día me dio mucha risa, el man es muy querido, sigo siendo amigo de él; probablemente se le fueron las luces ese día, tal vez él en esa época era ignorante y no sabía que no tenía nada qué ver. Incluso también me dio mucha risa hace poco, que puse una foto con mi pelo pintado de azul, que un amigo me escribió preguntándome que si yo “me había pasado al otro equipo”, qué chistoso.

En fin, me empecé a comer el huevito, qué cosa tan deliciosa. Y pues sí, pensaba que bacano que una niña de 6 años pinte a Thor con Hulk y Venom peleando, tomando café o gaseosa, metiéndose a la piscina y que también un niño de 8 años tenga un cuadernito de la Barbie y que en sus dibujos pinte a las muñequitas LOL viajando al espacio o jugando bolos, qué sé yo. Todo debe ser bienvenido y no estigmatizado, probablemente así habría más mentes brillantes y limpias.

Habría más Thors sensibles y más Barbies musculosas.

Una fiesta inolvidable

Así fue todo…… vengan les cuento

 Me cogió la mano y me llevó. Caminamos varios pasadizos y ahí estaba yo, cogido de la mano de ella. O de él. No importaba el género. Rilakkuma no tiene género, es lo de menos el género en este caso. Me cogía de la mano y me pidió el favor que estuviera haciéndole compañía. Llegué a una mesa y había papitas de Mc Donald’s, salsa de tomate, palomitas y chocolates. Rilakkuma me dijo: -siéntente cómodo, espérame voy aquí al otro lado y ya vengo- , yo le di un abrazo y me quedé ahí solo. 

Me despisté un rato pero volví al momento, al famoso “embrace the moment”, cuando oí a Olafo quejándose porque la comida que pidió estaba muy cara. Estaba muy gruñón, así que fui a saludarlo, ya luego andaba yo muy bien acompañado de Calvin. Pero no del Calvin normal, despeinado y rebelde; era un Calvin peinado, con aires de filósofo, que se hacía llamar Calvin El Grandioso. 

Sonaba una música espectacular. La DJ, quien por cierto se llamaba Nicolle, una niña de pelo teñido de azul, cogido hacia la parte posterior de la coronilla, una niña que tenía una chaqueta plateada y uñas negras, mezclaba en ese momento una canción de Stay-C, un grupo de k-pop, con una de Twice. Sonaba “So bad” de Stay-C, como les digo, con “What is love” de Twice, por si quieren ir a ponerlas en sus dispositivos e impregnarse de la atmósfera tan desbordante y trepidante. 

Miraba los platos servidos y me acordé de la descripción que sobre el matrimonio de Emma y Carlos hizo Gustave Flaubert en la magnánima obra Madame Bovary. Miré a la derecha y Olafo discutía con Justo y Franco, ya que estos dos señores habían prodigado galanterías a una muñequita LOL, quien era el amor de mi vida.

Recordé que en Madame Bovary hablaban de solomillos, pollos pepitoria, sidra y guirlaches. Aquí solo había chocolates, helado de fresa, paletas de cereza y quesos en forma de ositos. Llegó Rilakkuma y me presentó a Molang. No le entendía nada, era un dialecto agudo entre inglés y francés, entendía yo mejor el japonés de Rilakkuma. Kokoro. Sonó luego “Forever young” de Blackpink y fuimos a bailar los tres. Se unieron dos muñequitas LOL, una era más pequeña que la otra, la una tenía una pinta punk, con camiseta de AC-DC y la otra tenía visos como de la Francia de los años 60s, Concidencialmente sonó L’amour c’est comme les bateaux de Sylvie Vartan y todos nos abrazamos. 

Me fui un rato a la terraza a leer un poema de Emily Dickinson. Me acompañaron Calvin y Totoro. Llegó Pepín, mi perrito, mi hijito, luego de estar jugando frisbee con Hobbes, el amigo de Calvin, y con Cristo, un perrito Yorkie marrón del tamaño del dedo gordo del pie. Estaban sudando, así que fueron a tomar agua ipso facto. Seguí viendo yo similitudes con la fiesta de Madame Bovary pero me las callé para mí mismo. Llegó luego todo el clan de Snoopy y Charlie. 

– Te amo, Rilakkuma- le dije yo y lo abracé. O la abracé. Nos abrazamos y fue mágico. Volaban unicornios.

Recordaba que la vida es lo que uno quiera hacer de ella. Por lo tanto, en ese orden de ideas, los habitantes del mundo propio, los ciudadanos de mi planeta interior, podían ser ellos, podían incluso ser más interesantes y tener más color. Todo empezó a desvanecerse poco a poco. Eran las 6:20, debía hacer café y levantarla a ella para que se bañara y fuera al colegio.

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¡Extra, extra! Existen los zapatos voladores y los ríos de salsa de tomate…

Hace unos años jugaba con un primito que tenía como, a ver, pensemos, unos tres o cuatro años en esa época. Él andaba jugando con unas tortugas ninja. Estaba Donatello, Leonardo, Miguel Ángel y Rafael. Me encantaban esas tortugas y pues sí, este bebé poseía dos de ellas, yo también tenía otras cuantas, de hecho yo ostentaba el poder de tener a Rafael en versión Samurái, con un uniforme que se le podía quitar y poner. Era espectacular. Bueno, él jugaba y yo le jugaba. Aparte de eso, como estaban de moda estas tortugas pues al niño (culicagado, como se diría en el argot de tías) también le habían regalado unas pantuflas de tortugas ninja.


El niño desfilaba y me hacía fieros en sudadera con sus babuchas de tortugas ninja. A mí se me ocurrió una vez decirle, yo muy serio y posesionado en mi papel de asesor de juguetes y moda, que usara las pantuflas como naves espaciales, en las cuales las tortugas podían viajar cómodamente y hasta asomar la cabeza. Metí a Rafael en la pantufla y le dije: “mira, quedó la nave, además mira la suela de caucho negro antideslizante, sirve para que al frenar no se deslice y aterrice bien, mira”. El primito se quedó callado un momento y se fue.

A las dos horas sirvieron el almuerzo. Entre arroz con pollo, cocacola y salsa de tomate, el culicagado llegó diciéndole a los papás: “papi, mami, miren, las tortugas andan en nave, miren la nave” e iba así como haciendo que volaban, emitiendo sonidos de propulsión a chorro, en donde se hace propulsión de babas al hacerlo (Supongo que lo están haciendo en este momento). Los papás y los demás comensales sonrieron, le cogieron la cabecita al bebé, dijeron que tan divino.

El papá del niño, que estaba al frente de mí en la mesa, me dijo, haciendo como un gesto de reverencia con la cabeza: “qué tal la imaginación de los niños, ¿no Jorge Alonso?, cómo se le ocurrió a este niño, mucho divino” y yo le respondí: “sí, mucho divino”.

Yo sonreí. Le eché mucha salsa de tomate al arroz, tenía que irme a trabajar en media hora. El arroz era como una isla, las arvejas (¿alverjas?) eran balones de fútbol, la salsa de tomate era el río y ahí nadó Rafael, en salsa de tomate, con sus espadas samurái. En mi mente, claro, con la nave espacial. Sonreí otra vez.

-¿Uy qué te pasó, te atrancaste Jorge Alonso?- me preguntaron

La imaginación es un bien común, no tiene caducidad.

El poder del arte los salvó

Empecemos como los cuentos clásicos. Érase una vez una niña que dibujaba; en su escritorio tenía colores, marcadores, borradores, hojas, tenía varios libros de diferentes autores, tanto nuevos como clásicos de la Edad Media. Su escritorio era un desorden mágico y hasta delicioso. Ahí ella dibujaba. A veces transcribía fotos, a veces algún cómic. En esas se la pasaba en sus ratos libres, cuando terminaba sus obligaciones del colegio. En la casa, su padre y hermano mayor siempre la regañaban, le decían que no servía para nada lo que hacía, que cómo así, será que con eso iba a solucionar la situación del país tan álgida. Qué desfachatez.

Ellos vivían en un pequeño villorrio que andaba con problemas de todo tipo. Ella se sentía triste porque sí, ella quería ayudar, pero lo que mejor sabía hacer y lo que más le gustaba hacer era dibujar. El papá seguía regañándola, le trataba de soñadora. Al hermano mayor se le ocurrió, mientras ella dormía, botarle los dibujos a la basura. Esos dibujos, unos coloreados, otros en carboncillo y otros en sanguina, eran inofensivos, lindos. Su hermano fue al depósito y le botó todo. Sin embargo, como ellos vivían en el séptimo piso, cuando él recogió todo para llevarlo a la basura, un dibujo se coló sutilmente por la ventana y quedó vagando libremente por el aire.

Era un día difícil. En la calle del pueblo había ogros, colmillos, nubes negras, fauces, truenos, relámpagos, dragones, boas, lobos, explosiones y en medio de todo eso iba flotando el dibujo en papel tornasol. Peleaban los ogros, los centauros, todo explotaba, había fuego y cuando alguien se aproximaba a clavar una daga en otro cuerpo, cuando ya todo iba a sucumbir al maremágnum notorio de la hecatombe, ese papel tornasol, que era el dibujo de un coqueto gorila con camiseta plateada, ese mismo viso plateado generó un reflejo a los ojos del ogro que peleaba, generándole incomodidad e impidiendo que clavara su daga al otro combatiente.

Ahí todos los contrincantes se detuvieron. Miraron qué ocurría. El papel plateado contenía también varios dibujos de animales y globos. Se detuvieron y lo miraron, un ogro recordó que cuando era niño en su selva había un gorila similar. Llegó una pantera que estaba peleando, se detuvo, miró el dibujo y no pudo evitar sonreír al ver especies tan cercanas a ella. Todo se detuvo. Todos se quedaron inmóviles y se sonrieron. ¿Qué estaban haciendo? Bajaron la cabeza y todos se marcharon, dejando solo humo alrededor.

El arte, la belleza, la inocencia no habían solucionado la guerra. Pero en ese momento, ese dibujo, esa manifestación de positivismo, impidió la partida de unas cuantas vidas. Impidió un par de muertes. Lastimosamente la niña nunca se dio por enterada, lloró mucho, pero debía continuar con su vida y tuvo que retomar su vida de dibujante desde cero, en contra de todos.

Su familia nunca la entendió, le tocó estudiar otra carrera, pero estoy seguro los combatientes, los ogros, las panteras, los linces y los leones fieros, ellos seguro sí le agradecieron de por vida. El arte les había salvado la vida.

FIN (… o más bien Comienzo..)