a quién citarían ustedes?

Qué bello es ver cuando las páginas que quedan por leer son menos que las ya leídas. Tal como el reloj de arena que desocupa lo de arriba para ir llenando lo de abajo, asimismo con los libros el avance es un placer indescriptible. O más bien, sí que es descriptible, por algo estoy aquí acostado en mi cama escribiendo esto. Comunicar sentimientos es, creo yo, la mayor diferencia que tenemos frente a los demás seres. Poder contar una historia, dejar de lado lo efímero y promulgar por plasmar en tinta algo. A alguien no le gustará, a alguien sí, y así se va creando una red de conocimiento. Mientras caminaba, leyendo en papel, de pie, existen enemigos temporales como el viento o algunas gotas de llovizna, estas van pintando de globos redondos las hojas del libro. Llevo uno en la mano y otro en el bolsillo mientras paseo a mi mejor amigo, mi perrito hermoso. Es un ser diminuto que tiene 7 años, todo el mundo cree que yo lo cuido a él, pero lo que nadie sabe es que él cuida de mi. Nadie sabe lo que ocurre en mi mundo interior, nadie conoce mi burbuja. Él me ayuda a leer. Somos lazarillos. Mientras voy así pienso en cada personaje de los libros. Cuántas mezclas de carácteres y de caracteres. De letras y de formas de ser.

Claro, probablemente quien no lee o quien no escribe no se vaya a sentir identificado con esto, pero precisamente por eso es que en la humanidad se van haciendo filtros y embudos. Siempre recuerdo una pregunta que  hacen por ahí en una revista: “¿Con qué personaje literario le gustaría tomarse un café?”. Dilemas eternos que se van complicando a medida que más letras llegan a la mente. Si me toca escoger, qué delicia poner a la niña mala, protagonista de las Travesuras de la niña mala de Vargas Llosa, a almorzar con Sira, del libro de María Dueñas. Ambas recorrieron mil vicisitudes, ambas sufrieron en diferentes ciudades del mundo, ¿de qué tanto podrían hablar si se reunieran en un restaurante mientras es toman un saketini?

Veo una mujer cansada de la relación con su esposo. Ella es Emma, la gran madame Bovary. Ahora que lo pienso, además entrando al campo de las series, ese cansancio también lo experimenta Catalina la Grande con Pedro, allá en la Rusia de mil setecientos. Wow, ellas bien podrían reunirse en un café, pedir dos dedos de queso y hablar de relaciones maritales (y extramaritales). Aunque si le meto un villano por ahí, me imagino a Pascual Duarte, el criminal del libro de Camilo José Cela, intimidándolas desde algún número desconocido. 

Hubo alguien de quien quedé totalmente enamorado: de la mamá y a la vez esposa  (sí, Edipo en su máxima expresión) de Gregorius en El Elegido, hermoso libro de Thomas Mann. Esta señora se llamaba Sibila y tenía gran doncellez, por allá en el siglo V. La imagino elegante, bien se podría reunir con algún personaje de los cuentos de Francis Scott Fitzgerald de los años 20. Es más, en el cuento “El diamante tan grande como el Ritz” sale un millonario que ostenta un diamante gigantesco. ¿Será que de pronto se pueden reunir en un bar? Siglo V y XX conviviendo ahí, quién sabe que en un rooftop surja algo y terminen besándose delicioso. Que no vea Gregorius por favor.

La imaginación vuela. Las manos escritoras lo aterrizan. Ustedes son los pasajeros. Yo soy el azafato. Ejemplos hay miles, letras hay ahí sí que millones.

¿A qué personajes pondrían ustedes en alguna cita?

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