Antes del anochecer y del nuevo amanecer

Siempre me ha llamado muchísimo la atención cómo el cuerpo, y más específicamente la cara, cambia a lo largo del tiempo. Es inevitable ver las fotos viejas, no más de hace diez, quince años y notar diferencias. También ocurre con la ropa: uno puede sentirse muy cool hoy pero fijo cuando uno vuelva a ver la foto luego, seguro algo de vergüenza, o por lo menos curiosidad, surgirá. Por eso lanzo este consejo: niñas quinceañeras, no importa qué tanto se esfuercen por tener su mejor pinta en sus fiestas, no importa, puedo garantizarles que cuando la vean dentro de otros quince años, en el mejor de los casos, sonreirán de pena.

El paso del tiempo. Respecto a eso, siempre había querido (tenía esa deuda) verme la trilogía de películas Before sunrise, Before sunset y Before midnight. Son filmadas en estos años: 1995, 2004 y 2013. Exactamente cada 9 años, con los mismos actores Ethan Hawke y Julie Delpy. Él, estadounidense, y ella, francesa. Es una hermosísima, y más que eso, realista historia de amor, en la cual ellos por casualidad se conocen en un tren en 1995. Ocurren mil cosas, ¿qué tanto le puede ocurrir a uno en 18 años?, hasta que se deja de rodar en 2013. Ethan en la primera entrega tenía 25 años y Julie 26. Es hermoso ver cómo los puntos de vista sobre la libertad, el matrimonio, el sexo y las frustraciones cambian cuando uno tiene 25 años, cuando uno ya va teniendo 34 (en la segunda parte de la trilogía) y cuando uno tiene 43.

Es hermoso. Es hermoso ver cómo cambian de cuerpo, cómo aparecen las arrugas, cómo en verdad hasta la forma de caminar se va modificando, cómo la risa, si bien esa sí no cambia, presenta rasgos diferentes; qué sé yo, antes reían con más fluidez, más desenvoltura, luego la risa se vuelve un poco más discreta. Una risa a la que se le baja un poquito el volumen. Y los diálogos. Básicamente son tres películas en las que solo hablan: de la vida, de los hijos, de los voluntariados, de los sistemas económicos, del café, de ese a veces voluntario distanciamiento que uno hace de la sociedad, de los lugares comunes, de esas ansias por simplemente tratar de lograr un espacio en este mundo, esas ganas de solo sentarse en una banca en un parque y respirar. Que el tiempo corra, no yo. Qué bello, en serio.

Sí, el paso del tiempo plasmado en películas. Citaré otro, basándome en una deuda cinematográfica que también tenía (y que debía pagar). Hace poco estrenaron una de las series que más me ha gustado en toda la vida: THE NEW LOOK. Esta serie trata del restablecimiento de la moda, del optimismo, del buen gusto en París luego del final de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Aparece el hermoso Christian Dior y me solazo en decirlo: aparece mi hermosa Coco Chanel. ¿interpretada por quién? También me solazo al decirlo: por mi hermosa musa por siempre Juliette Binoche. Ella ostenta un puesto que solamente Marion Cotillard podría osar compartir por igual. Juliette sale ahí, tiene 60 años, y personifica a la gran Coco, en su afán de sobrevivir ya que ella fue tildada y señalada por apoyar aparentemente a la causa nazi. Tan fácil que es juzgar cuando lo que hay de por medio entre un juicio es la supervivencia, es el privilegio de tener un pedazo de pan con sopa.

Y sale Juliette, sí. Perfecta. La deuda que tenía es volver a ver su actuación en la trilogía de Tres Colores: Azul, Blanco y Rojo. Ahí Juliette tendría unos 29 años. Y verla actuar ahora como Coco, luego de 30 años, es un ejercicio delicioso. Es ver dos mismas personas, en diferentes dimensiones, el antes y el después, con las mismas sonrisas pero en tonalidades distintas.

Sigue pasando el tiempo y aquí sigo escabulléndome en estas letras para disfrutarlo.

¿A quién elegirían?

Hace unos días estuve participando en lo siguiente: básicamente, era una conocida dinámica en la que están en una isla desierta con 10 personas y llega la amenaza de un tsunami o de algo que ya, en pocos minutos, destruirá todo por completo. Aludiendo a lo excesivamente hipotético, se acerca un helicóptero y solo puede salvar a una persona. Entra el juego: teníamos 30 segundos para que, cada uno, expusiera los argumentos por los cuales debería ser él (ella), y no nadie más, quien debería ser salvado. ¿Qué argumento puedo tener yo para que me salven a mí y no a los demás?

Con toda razón, la gran mayoría exponía argumentos como: tengo toda una vida por delante, tengo una abuela que me espera en la casa con un chocolate y no la puedo defraudar, tengo tres hijos y qué sería de ellos sin mi existencia, quién velaría por ellos, yo soy joven y quiero cambiar este país, quiero cambiar el mundo, soy un trabajador social cuya misión que me otorgaron es ayudar a la gente, ellos me necesitan, tengo una hija que me ama y a la que quiero ver crecer, no sería justo morir tan joven, el mundo allá me espera y tengo todo el ímpetu para cambiarlo.

¿Quién dice que todo lo dicho es falso? nadie. Todo es válido. Pero cuando todo es válido entonces nada es válido. Todos tenían esos mismos argumentos, a todos claramente les espera un futuro en tierra firme. Pero también, si todos tienen los mismos argumentos, ¿cuál debe pesar más? ¿Qué criterio debe prevalecer ante el propósito vital de una adolescente, un adulto o una señora de 60 años? ¿La edad? ¿La magnitud del propósito? ¿La precariedad de los recursos del uno Versus los del otro? En fin, todo en la vida es arbitrario y más aun en ese ejercicio hipotético sci-fi.

Me quedé pensando un rato y me lancé al agua. Opiné que mi vida no tenía mayor propósito que la de ningún otro, que si volvía a tierra firme claramente no iba a cambiar el mundo. Los miré a los ojos y les dije: “Sé que sus familias estarán muy tristes de verlos partir, unos más jóvenes que otros, pero tengan la absoluta seguridad de que me llevaría estas últimas miradas, unas desoladoras, otras esperanzadoras, y se las transmitiré a cada uno de sus familiares”. Esto no lo dije, pero sería bello, dentro de lo triste, contarles a cada una de las familias los últimos días de vida de sus seres queridos. Qué comían, qué dijeron, qué chiste echaron, qué último anhelo cargaban.

Acabó la dinámica. Me quedé con esa idea: muchas veces cuando alguien muere nos acordamos, claro, de todo lo que hicieron, de cuando se graduaron, de cuando se casaron, pero creo que siempre queda en el corazón lo último que hicieron, la última vez que los vieron, las últimas palabras que dijeron. Creo que hay una gran importancia en el ser humano por ese momento de ruptura, ese momento donde se cierra el telón.

Cierren los ojos e imaginen a su ser querido que partió, seguramente recordarán el último momento que lo vieron, la última risa viendo algún programa, algún favor, una última bebida, apaga la luz, pásame las medias, ahora vuelvo. Dicen también que cuando un perro muere, eso dicen los que saben, lo que ellos buscan es la mirada de su amo, un último juego, un último rasguño.

Ese momento de ruptura que nos dice probablemente que la historia continuará, precisamente ahí donde quedó interrumpida.