Máximo ejemplo de curiosidad, nada lo supera…..

Podemos ver que en la vida hay coincidencias, siempre hablo de ellas, me encanta alimentarme de ellas. Hace poco una lectora me dijo que, respecto a un espectacular libro que devoré hace un par de días, “Travesuras de una niña mala” de Vargas Llosa, ella iba leyendo la parte sobre París, el protagonista vivía por la École Militaire y resulta que, precisamente, cuando ella iba leyendo esas líneas pasó caminando precisamente por ese sitio, por la estación de metro de la École. ¿Coincidencias? digamos que sí, pero no tanto.

Puedo decir el milagro pero no el santo. Hace unos años me contaron que iba por pleno París un señor feliz con su amante, escapados delicioso, imagino tomando algo en Montmartre, besándose por todos los barrios, por Saint-Germain-de-Prés, qué sé yo, cuando se encontró este señor a una vecina de Popayán que andaba de casualidad (de cazuela diría mi nana) por allá por París. ¿Coincidencia? bah, nada como la que yo les tengo aquí.

Siempre en las vacaciones nos encontrábamos a los mismos vecinos. íbamos a Cali, ahí los veíamos. A Pasto una vez que fuimos, también ahí estaban. Incluso una vez nos fuimos en carro a conocer las playas de Ecuador y recuerdo, yo tenía como 10 años, que ahí aparecieron. Tanto sería que para vaticinar cuál sería nuestro próximo destino tan solo era necesario espiarlos por la ventana. O expiarlos más bien. ¿Coincidencias? ninguna como esta.

El idioma español tiene 88 mil palabras, según el diccionario oficial de la Real Academia. Por otro lado Wikipedia dice que son 93 mil. En fin, son muchísimas. Por eso, nunca lo superaré, ninguna coincidencia supera la relacionada con las matemáticas. Habiendo tantas palabras, no puedo creer, me traumatiza que exista el Seno de Theta. 93 mil palabras y los matemáticos duros en la trigonometría tenían que abrir la bizarra, gallarda, inexplicable posibilidad de meter dos sinónimos ominosos, sinónimos que marcaron mi adolescencia con risas, rostros ruborizados, alzadas de ceja y burlas al oír a Wilson, mi querido profe de Física, diciendo con su voz gruesa en mis plenos 13 años: el seno de theta. 

Sí, el seno de theta. Nunca nada lo superará. Nada, ni encontrarme a mis vecinos hasta en la sopa (de letras).
recuérdenlo: más historias en mi instagram @kemistrye o en mi página de la vida en finanzas.
aquí mi página de la vida en finanzas

Se llamaba Fernanda

Estudiaba en la facultad de Ingeniería, era alta, rubia, sofisticada, desenfadada, su pelo era corto, era alta, estilizada, siempre tenía algo diferente en sus detalles. Me llamaba la atención, no más que al resto de gente, no era una obsesión ni mucho menos, solo me agradaba verla. No hacía parte de esas personas a quien uno quiere de novia, sino más bien a aquellas a quien uno quiere simplemente observar, ver fluir y levitar. 

 En esa época el club electrónico más interesante se llamaba La Sala. Era minimalista, blanco, gaseoso, etéreo y la música era excelsa. Ese día fui solo. Muchas cosas que por definición son grupales, para mi caso, precisamente esa categoría de grupalidad es la que me genera algo de desaliento y prefiero hacerlas solo. Ir a cine, almorzar o en este caso, salir de rumba a la deriva. Ahí estaba ella, yo estaba solo. Bailando minnimal house se me acercó y me dijo que me había visto por ahí, en la universidad. -Sí, claro, yo también te he visto- le dije. Sentí que me miraba diferente.

El boom espacial, unos cartoons proyectados en la pantalla, un Margarita. Al despedirse, ella estaba con un amigo, y ofrecieron llevarme a mi casa. Palabras más, palabras menos, cuando me iba a despedir, ella cerró los ojos y me propinó un delicioso pico. Un pico sublime y sutil. Yo quedé sorprendido y así me fui a dormir. Le había interesado, no podía creerlo, qué belleza, la había dejado flechada. Buena, tigre.

Quedé sorprendido, claro está, y muy emocionado. Un poco extasiado también. Nunca nada pasó a mayores, por ahí me la encontré luego, la llamé un par de veces y nunca nada floreció. Supongo que fue el calor de la noche, del minnimal house y del Margarita. Sentía que yo le gustaba pero pues yo vivía lejos de donde ella, no sé, nunca volvió a pasar nada. Seguro fue culpa de las circunstancias pero sé que le gustaba.

Pasaron aproximadamente 10 años. Estaba hablando casualmente con una amiga de la época de la universidad. Yo le pregunté:
-¿Tú creo que estudiabas ingeniería, no?- le pregunté a mi amiga
-Sí, claro, yo estudiaba ingeniería- me dijo ella.
-A mí me encantaba Fernanda, la alta, la rubia, es más, mira que una vez……- ya merito le iba a contar cuando mi amiga súbitamente me interrumpió, no me dejó ni siquiera empezar a contar la historia.

-Ay no, de Fernanda no hablemos. Me incomodaba mucho que a todo el mundo saludaba de pico, eso se me hacía muy pero muy extraño, a todos les daba pico, pico va, pico viene, con todos, no sé, con las amigas, amigos, lo consideraba normal, ay qué pena, pero ven, te interrumpí, ¿Qué me ibas a contar?- me dijo mi amiga.

Me quedé en silencio un rato.

-No, no, nada, tranquila- contesté yo. Le cambié de tema, me atranqué y comencé a toser.

El mapa de las pequeñas cosas perfectas

Anda en rotación una bella película que se llama así, El mapa de las pequeñas cosas perfectas, con la actriz de The Society. Kathryn Newton. Está en Amazon, búsquenla, es muy linda como les digo, pero no es mi intención hablarles de la película ni dar spoilers. 

Dentro de los temas que tocan ahí, están esos pequeños momentos que se dan en la vida, que son tan pequeños pero tan inmensamente perfectos, esos eventos que muestran la aleatoriedad del mundo, de la naturaleza que tenemos a nuestro alrededor. No tenemos que vivir en el campo necesariamente; no más en el parque de la esquina podemos ver la belleza del mundo. Gran porcentaje de mi mente se fija en estos eventos. Por estar mirando lo aparentemente importante, lastimosamente dejamos de mirar lo esencial (por ahora). 

El olor en el ambiente cuando escampa, los charcos, cómo se evapora el agua, las piedras, encontrarle formas, ver las nubes, patear una piedra y ver que de pronto puede irse a la izquierda o a la derecha, ver también esas arbitrariedades de la vida. El sabor a limón del trébol, encontrarse un bicho diminuto caminando por el pétalo de una flor, el olor de la tierra mojada, una hormiga cualquiera cargando una hoja. Cuando llueve y cae granizo, el hielo golpea en el vidrio de la ventana y es mágico hallar patrones en los sonidos. ¿Porqué? porque sí. 

Muchas veces me baño y fabrico un dique entre el pecho y el codo. Ahí se empoza el agua, se empieza a rebosar y a veces el agua cae hacia la derecha, a veces hacia la izquierda. ¿Porqué? por esas aleatoriedades inexplicables. Lo arbitrario y hermoso. La otra vez sin querer le pegué a un pedazo de papel y cayó perfecto, sin ni siquiera rebotar, en medio de las ranuras de una alcantarilla. Tener frío y luego sentir el calor proporcionado por una comida calórica, luego recibir el sol cuando paseo a mi bella mascota. Sentir la infinitas formas que puede adoptar algo tan cotidiano y normal como las manos. No hay máquina más útil que una mano. Cortarse las uñas y notar que luego están creciendo, ¿Cómo crecen las uñas? sí, si estamos tan ocupados, solo vamos a tener tiempo para pensar en lo inmediato. Es más, probablemente a estas alturas ya alguien dejó de leer. No tenía tiempo seguramente.

Ver cómo explotan las palomitas de maíz, sentir el sabor de las naranjas, de las feijoas. Untar los dedos de tinta china y plasmar una huella, indivisible e inigualable. ¿Porqué no hay ojos iguales? Si todos tienen rostro, dos ojos, una nariz y una boca ¿cómo es que no hay nadie igual? Son las pequeñas cosas perfectas.

Las gotas, las arrugas, los pliegues, el arco iris. Un perro emocionado al ver a su amo.

Piensen en alguna pequeña cosa perfecta y me cuentan. 

P.D. Estoy matado con “Las inseparables” de Simone de Beauvoir y “Travesuras de la niña mala” de Vargas Llosa. Estoy matado, absorto, inmiscuido. Son dos cosas absolutamente perfectas. Pero esto será para la próxima ocasión.

Circos

Me encanta la sección del “Hace 100 años” del periódico: es la sección que más futuro tiene. 

Nunca me la pierdo, es la sección más vanguardista. En estos días salió la foto de “La Mujer X”, una señora súper extraña con un antifaz que se presentaba en el circo Santos y Artigas. Aparentemente, por compromisos en Estados Unidos, debían irse y terminarían su temporada en Colombia.  Hace 100 años, en el febrero de 1921, terminaba sus funciones con un gran acto: la mujer X iba a quitarse el antifaz, iba a revelar su identidad y se iba a meter a la jaula de los tigres. Costaba 10 centavos la entrada.

Se me vinieron a la mente todos los recuerdos de los circos. El olor a heno, el barro, las palomitas de maíz, el algodón de azúcar, la tela gruesa, sucia y desvaída de la carpa, el payaso triste cuyos zapatos gigantes siempre quise (quiero) tener, el ensordecedor ruido de las motos metidas en ese círculo metalizado para mí absolutamente mágico. Girando y entrecruzándose dos, luego tres motos, a altas velocidades. Los trapecistas, ellos de cuerpos firmes, ellas de piernas con trusa y escarcha. Casi siempre acentos chilenos, argentinos y mexicanos. Facciones bruscas. El boato mezclado con la nostalgia. Reír para no llorar.

En mi época de universidad nos tocó hacer un trabajo de sociología. Se nos ocurrió narrar la vida circense; en esa época el circo peruano Royal Dumbar estaba de visita en Popayán, así que con otros dos compañeros armamos viaje un fin de semana y los entrevistamos. Entramos a sus camerinos y pudimos compartir experiencias valiosísimas, esas que no se compran ni se venden, de esas experiencias inéditas que ni siquiera se alquilan. Puro oro. Solamente pensábamos hacer unas cuantas preguntas pero nos fuimos llevando mil sorpresas. 

Nos contaron que cuando se moría un payaso, haciendo honor a la profesión, no se hacía un velorio triste y negro sino que, efectivamente, bailaban, se vestían de colores y lo despedían en el tránsito hacia el más allá, independientemente de la idea que cada quien tuviera de ello. Había una niña hermosa, Wendy, quien ahora ha de tener unos 25 años, quien creció y nació ahí. Me contaron que en cada ciudad visitada buscaban en la alcaldía de turno los contactos de algún profesor para que le impartiera clases los días que estuvieran en temporada y así no atrasarse en su proceso académico. 

Hubo alguien con quien nunca pudimos hablar: el hombre lobo. No les miento, vivía encerrado en su cuarto un señor muy peludo, quien solo salía a hacer su número, cobraba su dinero pero no socializaba, decían ellos siempre que él vivía triste y acomplejado por su condición física. 

Pensábamos siempre que ellos no tenían amigos, porque eran nómadas. Que no tenían estabilidad, casa propia, orden y tranquilidad. La última pregunta que les hicimos fue: “¿Ustedes no se aburren de estar siempre con tanto desorden viajando por todo lado, sin un piso firme?” 

El señor Dumbar me respondió, con una sonrisa amable: “¿y ustedes no se aburren de estar siempre haciendo lo mismo, hablando con la misma gente, mirando las mismas cosas, yendo a los mismos lados y tecleando los mismos botones?”. Nunca olvidaré esa respuesta.

Naturalmente nos fue muy bien en ese trabajo de sociología. Luego nos fuimos de remate a la ciudad de hierro, pero eso es otra historia. 

Caminatas

Salí. Agarré la correa, até a mi perro, me até a mi mismo con los audífonos gigantes Pioneer. Cada quien usa su propia correa, cada quien decide a qué se ata. En la mano derecha llevaba al perro, en la izquierda un libro gordo y un cuaderno. Un lapicero en el bolsillo del saco de capucha, la billetera en el bolsillo trasero del jean. Ya no llevo monedas. ¿Qué oigo? Me decidí por un grupo de K-pop llamado Stay-C. Salí caminando callado, bajé el ascensor y me despedí de los porteros, mientras dentro de mí, en mi burbuja interior, ocurría un maremágnum, un video musical ahí en vivo y en directo, mientras veía gente pitando y dos bicicletas de Rappi.

Una señora me saludó y me preguntó por el perro, que cuántos años tenía y yo respondía amablemente sin pararle mucha atención. No sé qué más dijo, pero a todo le respondí “sí, claro, impresionante…sí, claro, impresionante”. Iba caminando, le tomé una foto a mis tenis, miré cómo la tela del abrigo contrastaba con la bufanda y vi a un señor, de unos treinta y pico años, un poco angustiado sentado en la banca del parque. Ocurrió que apenas pasé por ahí, él se puso de pie y saludó a una señora, muy emocionado de verla, supongo que tratando de ocultar su nerviosismo. Ella miraba para todos los lados. Dije para mis adentros: “aquí hay algo interesante”. Le puse pausa al k-pop y me quedé por ahí parado, mientras el perro ladraba y yo leía los escolios de Nicolás Gómez Dávila. Vaya ingenio el de don Nicolás.

-¿Te costó mucho llegar aquí?- dijo él.
-Sí, pues un poco, me pasé una estación, debía bajarme en Alcalá pero me bajé en Prado- dijo ella.

Sentí que había algo surgiendo. Había sustancia. El amor puede surgir en cualquier parte. El odio también, el desinterés ese sí que en cualquier parte.

-Pero tu acento es de la costa, ¿de dónde eres?- le preguntó ella.
-De la Guajira, ¿tú eres venezolana verdad?- le respondió él. Noté una sonrisa. La sonrisa al desenmascarar un sentimiento inédito.

Me fui a dar otra vuelta. Apunté frases. “Sabio es el que no ambiciona nada viviendo como si ambicionara todo”. Qué magia, qué delicia. Sí, yo sé, hay mil cosas más importantes, estamos viviendo un caos, estamos en el apocalipsis, todo está horrible. Pero qué puedo hacer, hay frases que son refugio, frases que son mantras. No puedo evitar estas emociones en el mar de la rutina.

Luego volví.
-Y entonces, ¿te gusta Amazon o Disney?- le dijo él a ella. SI ya van hablando de series, todo va bien, no puede ir peor. 
-Sí, Disney me gusta, mira que ahí están los clásicos, está el primer cortometraje de Mickey- le dijo ella. Sí, señora, tienes toda la razón. Casi meto la cucharada, casi opino sobre el giro que dio Wandavision en el último capítulo, con la aparición de la bruja Agatha Harkness. Yo seguía leyendo los escolios, leía lo siguiente: “el hombre culto no se define por lo que sabe sino por lo que ignora”. 

Vi que se iban caminando, sonriendo. Sonreír, bien sea de manera real o fingida, es una inefable muestra de aceptación. Se alejaron de mí pero se acercaron entre ellos. No sé a dónde habrán ido. 

Volví a darle play a mi música y seguí mi camino