PAN Y ROSAS

“Sí, es el pan por lo que luchamos, pero por las rosas también”. Leí esta frase, de un poeta llamado James Oppenheim, en una entrevista a Rebecca Solnit en el periódico . Tuve que detenerme, debí sentarme, ya que debía interiorizarla, pensarla y así no dejar pasar ese momento. Me gusta mucho el término embrace, del idioma inglés, al referirse a esto. El tan afamado y hashtagueado “embrace the moment“, el cual no es otra cosa diferente a detenerse, darse cuenta de lo que estoy viviendo, valorarlo, abrazarlo, aceptarlo, digerirlo y continuar. Pero entonces vamos por partes.

Esta frase, contenida en un poema de 1911, proporcionó el fuego inicial para muchas revoluciones feministas. Rebecca mencionó esta frase porque en su libro “Las rosas de Orwell”, ella escribe sobre eso: sobre una revolución que debe ir acompañada de la belleza, no solo de las igualdades y la producción. Qué bello. Por lo tanto, lo que siempre hago yo es que cuando veo alguna mención a algo o a alguien, intento buscar en mis libros algo de ese autor, abro ese libro en común que tengo, veo lo subrayado, lo reviso y siempre encuentro cosas hermosas.

El único libro que tengo de Rebecca Solnit es “Recuerdos de mi inexistencia”. En el comentario al inicio, yo escribí lo siguiente: “es julio de 2021, la vi, tenía que leerla, este libro me llamó”. Este bello libro, que tanto disfruté, habla sobre la noche, sobre la existencia, sobre su juventud. Menciona por ahí una frase de Andrew Marvell, un poeta británico, otro poeta, de 1600s: “Los dioses, que andan tras belleza humana, siempre acaban rendidos ante un árbol”.

Listo, vamos atando cabos. Entonces, ¿Dónde estará la belleza? ¿por cuáles cosas hay que luchar? Sigo buscando pistas sabiendo que claramente son preguntas que no tienen respuesta. Tal vez eso sea lo fascinante: que no haya respuesta, morir en la averiguación. Escribe Rebecca que a veces la claridad exige complejidad, es cierto.

Todo esto se va develando. Quitémosle el velo. íbamos de paseo hace poco por un bello pueblo de Cundinamarca llamado Guatavita. Hay cosas que uno espera encontrar, claro: una represa, agua, picnic, vegetación, caminatas, postres, ajiacos, merengones. La placidez de un pueblo (en temporada baja). Gente por ahí, cada quien en lo suyo, parejas, familias y berrinches.

Y entonces quedé rendido, no como Andrew Marvell ante el árbol, sino ante un sitio pequeño, cerrado, oscuro, lleno de adornos, recuerdos y fotos. Se llama Café Snack, queda ahí en pleno pueblo. Nos llamaron la atención unos herrajes, si se puede decir así, en forma de guitarras. Mejor dicho, imagínense una guitarra hecha con cadenas de bicicleta y cosas así. Inmediatamente fui entrando y empecé a sentirme transportado; claro, cada quien decide a donde quiere transportarse, es más, cada quien decide si quiere o no transportarse. Pues bien, empezó a sonar un jazz de los años 50, diría yo, luego un foxtrot, sonó algo de alguna representante de la chanson francesa.

Fue hermoso. Asimismo, me dediqué unos minutos a estar yo solo, a contemplar. Oía la música, veía el ambiente, tomaba un rico capuchino, solo contemplaba. ¿Qué tanto hubiera querido yo ser? ¿qué tanto puedo ser? ¿Qué en verdad es importante en la vida?Hay tanto allá afuera. Tantos olores, texturas, tantas sensaciones que, en un solo instante, pude revisitar.

“Sí, es el pan por lo que luchamos, pero por las rosas también”. La revolución de lo bello. Debemos luchar por el pan, claro, debemos traer el pan, debemos recibirlo. Pero esas rosas, que a veces están marchitas, esas rosas a las que a veces se les va el aroma, esas rosas que existen en el mundo y cuyos pétalos a veces casi se desprenden de tanto languidecer, por esas rosas, por estos momentos, por la cultura, por la belleza, por estas rosas también debemos despertarnos todos los días.

El pan nos permite vivir. Pero las rosas, esas son las que nos salvan, ellas son las que no nos dejan morir. Gracias Café Snack y gracias Rebecca.

Travesuras de un gato

No sé si quería irme o si quería quedarme. Esa indecisión fue la que me obligó a extender mi estadía, ya que supuestamente a las 7 de la mañana nos iríamos en el carro pero yo estuve escondido 1 hora entera, hasta las 8. Oía por todos lados mi nombre, todo el mundo me llamaba, alcancé a ver que miraban hacia el techo, por en medio de los matorrales, la gente buscaba debajo de las mesas, debajo de los carros, en los armarios, reblujando entre la ropa y nada. Claro, yo no aparecía, yo estaba por ahí afuera, en el patio de una casa vecina, en posición de emperador, con mi lomo brillante y escondiendo mis garras con el puño cerrado. No sé porqué, simplemente me escondí, tal vez no quería dejar la posibilidad de andar por techos y pasto a mis anchas. Pero en el fondo también quería estar en mi casa, tranquilo y sereno.

Al cabo de una hora, como les decía, salí muy orondo de mi escondite. Los tres humanos que viajaban conmigo tenían ya todo listo, maletas, bolsas, mecato, café, ropa, cobijas y solo faltaba yo. Me montaron en el carro y empezó el viaje. Debíamos recorrer Cauca, luego el Valle, Quindío, la mítica “Línea”, un lugar que se me quedará grabado de por vida (ya verán luego porqué), Tolima y Cundinamarca hasta llegar a la capital de este país, este país cuyos problemas y virtudes veo que ponen mucho en una pantalla llamada Televisor.

Los humanos pararon en un pueblo, llamado Pescador, a comprar pandebono y luego al cabo de un par de horas empecé a sentir mucho calor, íbamos por el Valle y me empecé a desesperar. Me sentía bastante incómodo, no sé, muchas veces he viajado quieto en mi guacal, pero esta vez no me hallaba. Aun en clima caliente me sacaron del carro a dar una vueltica a ver si hacía mis necesidades. Más adelante, durante el recorrido, el clima se empezó a tornar un poco más frío y empecé a sentir desespero, algo que empecé a manifestar babeando. Mis queridos humanos se angustiaron un poco al verme así, nunca antes había ocurrido. Si entran a google y preguntan porqué nosotros los gatos babeamos, se darán cuenta que se debe al estrés. Babeamos por el estrés. Qué tanto babearían los humanos si también tuvieran nuestra misma condición.

Como les decía, íbamos en el carro y yo seguía babeando, parecía como si estuviera envenenado, imaginen lo que podría sentir un humano al verme así. Yo tan calmado y callado. En plena carretera ellos pararon, en medio de los riscos de las alturas, ya con el frío de la montaña. En ese momento, apenas abrieron el carro, me bajé y pensé en estirar mis patas; en ese mismo instante se me aparecieron dos perros gigantes, me empezaron a ladrar, se me acercaron y no tuve más opción que meterme debajo de un carro. Estaba en un sitio pequeño al cual ellos no tenían acceso. Sin embargo, no podía quedarme ahí toda la vida, debíamos continuar, así que los humanos pidieron el favor a unos campesinos para que ahuyentaran a los caninos y así poder volver a mi lugar.

¿Error de cálculo? ¿Miedo? El hecho es que no corrí hacia el carro, sino que corrí para el otro lado, crucé la carretera, con todo el riesgo de que me atropellara una mula, una moto, algún carro, y me subí inmediatamente al monte. Recuerden que estábamos en montaña, todo consistía en un entramado de árboles, todos muy juntos, con un muy difícil acceso. No sabía qué hacer, me monté en un árbol, preso del terror. Me abrumaba el sonido de los carros, el paisaje extraño, los perros que me habían perseguido. Ahí me quedé varios minutos, mientras los humanos gritaban y me llamaban. ¿porqué había actuado así? De un momento a otro, un campesino empezó a forcejear con el árbol, tratando de agarrarme, tratando de tumbarme, zangoloteando el árbol, hasta que caí, era una altura considerable. Como digo, caí en plena carretera, creo que no caí muy bien porque cojeé unos cuantos segundos, todo era estresante. Pudo haber pasado algún vehículo, pudo haberme atropellado, pude haber muerto. O tal vez sí morí, tal vez me gasté unas cuantas vidas, así como las vidas de Mario Bros en los videojuegos.

Volví a pasar la calle, un poco mareado e incómodo, hacia el lado de los humanos, pero no llegué hacia el lado de ellos, sino que me metí por otro lado. Luego ahí vi que venía mi papá (el señor que manejaba el carro) a rescatarme. Qué susto porque en ese paisaje, en esa escena, en ese rincón, solo estaba yo y a unos metros estaban los perros, esta vez inexplicablemente quietos y callados. Tal vez estaban chismoseando todo. ¿Qué hubiera pasado si hubieran mordido a mi papá? Fui el protagonista, al final me cargaron y luego me volvieron a meter al guacal. Ahí ya no babeaba, no jadeaba, no chillaba. Ya luego que arrancamos, todo fue un inmenso silencio, mezcla de estupor, cansancio, privación y sueño.

La aventura había acabado. Luego de muchas horas más, con sed y hambre, llegué a mi casa de clima frío, valoré la quietud y aquí sigo, ya apenas mirando los árboles desde la ventana, ya no raspándome sino más bien estirado en un asiento de tela verde oscuro. Ya ahora descanso. Con varias vidas por delante, aunque ya no son siete sino menos.

Son menos de siete, luego de mis aventuras por las carreteras de Colombia.