Lola abrió los ojos

Lola abrió los ojos, eran las 6am, no necesitaba despertador, a esa hora sentía un pequeño ser raspar las cobijas con sus garras. Era su mascotica, un galgo blanco, exacto como un reloj, pidiéndole que lo bajara al parque a hacer sus necesidades. Se paró, ella vive sola y baila sola, se puso un cárdigan beige, recogió su pelo, se puso unos tenis plateados y bajó. Era sábado, podía dormir otro rato más. Tomó un sorbo de agua. Cuando iba en el ascensor la mascota le empezó a hablarle, a veces inexplicablemente modulaba palabras del léxico castellano.

– ¿Hoy te va a visitar Daniel? – le preguntó Balzac, el perro.

Ella con toda la naturalidad le dijo: -No sé, eso espero, me había dicho que me quería llevar a la ciudad de hierro, pero no sé cómo decirle que a mí no me gustan las atracciones extremas, yo prefiero quedarme en un jardín comiendo un helado, no más, ¿qué le digo, Balzac? igual me gusta mucho Dani-

-Hagamos una cosa, cuando él llegue, si es que llega, yo ladro bastante hasta que se aburra y lo muerdo en la pierna. ¿qué dices? – dijo Balzac mientras le ladraba al portero. Todos sonreían educadamente, tal vez pensando en el fondo “Qué jartera de perro este”.

-Listo, hagamos eso; Oye, mira que estoy leyendo un libro llamado “Tratado de la vida elegante”, qué risa, el autor se llama Honoré de Balzac, así como tú, perrito divino- le susurraba Lola a su perro.

-Sí, mi anterior dueño tenía ese libro. Cuando él estaba vivo, lo compró. El autor dice que la elegancia es una mezcla de sencillez, armonía y limpieza. También que el hombre se puede volver rico, pero nunca podrá volverse elegante. Ser elegante es algo con lo que se nace. Es un tratado espectacular, escrito como en 1850- dijo Balzac. -Por eso ha de ser que me llamo así, ¿no? –

-Probablemente. Yo opino que la elegancia es lo más importante. Siempre trato de vestirme bien, no importa si tengo que quedarme en la casa. No entiendo cómo puede haber alguien que se queda en sudadera y no se esmera por vestirse bien. Los buenos vestidos es algo muy importante para la sociedad. No podría estar nunca mal vestida- decía Lolita.

– Exacto. No debes confundirla con el lujo. Es decir, imagina alguien ostentoso que se pone mil cosas carísimas, eso no es elegancia, no tiene nada que ver- decía Balzac. Seguía ladrando. Ya luego eran las 10am y sonó el timbre. Lolita andaba tomando café, recién bañada y vestida con unos jeans súper anchos, unos Adidas Superstar plateados, una bomber jacket azul turquí y una camisa de un color rosado muy sutil.

Balzac empezó a ladrar y a ladrar. Llegó Daniel a hacerle visita y seguía empecinado en invitarla a la ciudad de hierro. Lo único rico era la manzana acaramelada, de resto nada más. Pasó algo y de un momento a otro inexplicablemente Balzac se calló, no siguió ladrando. Ni siquiera pensó en morderlo.

-Hola Lolita, ¿cómo estás? Vamos entonces al parque, la vamos a pasar delicioso- le decía Daniel, mientras Lolita miraba a su perro Balzac. ¿porqué se había quedado callado? Le quedó mal, era imposible que ahora no le hiciera el cuarto, Lolita se molestó bastante.

Daniel había llevado una perrita que le habían regalado. Estaba feliz, era de la misma raza de Balzac y se llamaba Adina; claro, esa era la razón por la cual de un momento a otro Balzac, el perro Galgo, se había calmado y hasta estaba contento.

Terminaron yendo al parque los cuatro y Lolita casi se vomita pero no vomitó. Y claro, comieron manzana acarameladas. Daniel la besó varias veces. Floreció el romance.

Cuando estaban los dos solos, Lolita le dijo a Balzac: -oye, no ladraste, yo no quería venir, claro, al ver a tu perrita quedaste muy contento, ¿no? Jaja, mucho oportunista, no te quiero ya, jaja-

-Guau, guau, claro, eso hace parte también de ser elegante. El amor es elegancia, mi querida Lolita- le respondió Balzac, lamiéndole la cara. Claro, todos iban  muy bien vestidos (como siempre).

Siempre se vestían bien.

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