Sesiones barrocas de Kemistry

Leía a Héctor Abad. En su nostálgico libro, El olvido que seremos, cuyo nombre precisamente proviene del poema Epitafios de Jorge Luis Borges, él escribió “El mero conocimiento no es sabiduría. La sabiduría tampoco basta. Son necesarios el conocimiento, la sabiduría y la bondad para enseñar a otros hombres”. Y sí, tal vez ahí en la academia es donde más aporte se le puede dar a la sociedad. La sonrisa de un alumno, el “nodding” al saber que se entendió tal cosa, cuando uno recomienda un libro y luego lo quieren leer. Pero basta, temporalmente debía dejar de leer y de escribir, debía dejar de hacer mis actividades; ya había llegado un domicilio, un almuerzo empacado al vacío que debía ser finiquitado por mi persona.

Sí, andaba yo luego con los relatos de Yasunari Kawabata y terminé también las divagaciones de Thoreau. Vi luego en los cómics que el papá de Calvin, este señor de gafas bastante trabajador y un poco frustrado, mencionaba a Thoreau. Un cómic hablándome de literatura, vea pues, todos estamos conectados. Puse el salmón un poco de tiempo por ambos lados y la mantequilla de ajo que venía aparte se empezó a derretir encima. Asaz majestuoso.

Y empezó a sonar este mix, mis sesiones barrocas. Empieza con Trance, luego sigue un techno muy alemán y luego esos sonidos rotos entre los minutos 17 y 25 hacen parte de un género absurdamente delicioso llamado Speed garage. Váyanse antojando de los sonidos. Serví también el ceviche (¿o cebiche?) de mango con las papas en cuadritos. Fue un éxito el almuerzo de La Urbana, qué buen restaurante. Olía delicioso, además mezclado con cultura sabía mejor. Salmón y las mejores letras.

El mix seguía sonando, con muchos ritmos hermosos. Báilenlo, ámenlo. En el minuto 58 sonaba el techno melódico de Anja Schneider para luego terminar con un estilo llamado drum and bass a la hora y dos minutos aproximadamente. Todo desemboca con el final, usualmente debe ser así, sonando un track de leftield bass, algo lento. El almuerzo también acaba, hubo pasta y jugo. Hubo literatura, café y brownies melcochudos.

Ahora empieza “Del color de la leche” de Nell Leyshon. Bello libro inglés. Y sí, el mayor aporte se da escribiendo. Enseñando. Mezclando música también. Aquí están mis sesiones barrocas en Mixcloud, para que las disfruten.

(en instagram @kemistrye)

..sobre abrir paréntesis

No encuentro nada más bello, en cuanto a dinámicas vivenciales, que caminar lento y mirar los zapatos. Detenerme, quitarles alguna mugre, ver las grietas, ver una piedra, pensar, soñar, Imaginar que estoy en un video musical, luego hago una pausa, subrayo algo y ya. El resto ya son posturas sociales. Lo que siempre vale es la experiencia propia, ya que es la que, en un cien por ciento, depende de uno y no del afán de sobresalir. La eterna tendencia a quedar bien, leía por ahí.

Y en medio de todo lo que hacemos, tenemos la oportunidad de abrir paréntesis. Un libro puede ser un ejemplo, por medio del cual nos abstraemos. También, en medio de texto gigante llamado cotidianidad, uno puede poner comas, o sea pausas; también puede uno poner puntos para pasar al otro párrafo. Cuando fingimos ponemos comillas, cuando nos exaltamos ponemos tildes, negrillas o mayúsculas. Todos en algún momento pondremos o nos pondrán el punto final. Cada quien maneja diferente tipo de letra.

Ahora tengo varios paréntesis abiertos. Cada vez abro más pero también cada vez cierro más. Eso es lo interesante. Hay paréntesis ahí, uno sobre La bailarina de Izu de Yasunari Kawabata, ahí se está gestando algo y solo lo sabré cuando lo cierre. Hay otro abierto, sobre Héctor Abad y la relación con su familia. Hay un paréntesis mágico, ya abierto, sobre Henry David Thoreau, mi nuevo ídolo.

Hay gente que solo vive su propia vida y no abre paréntesis. Eso lo vi en una entrevista: solo viven su propia vida, se pierden de ver todo lo que hay ahí. Se la pasan, por lo tanto, escribiendo su historia de corrido, sin paréntesis ni comas, con una letra blanco y negro. No viven varias vidas sino solo una. 

Y sí, sigo maravillándome de caminar y de tener oídos con los cuales puedo mezclar música, con los cuales me maravillo cada vez que un beat o un teclado diferente afecta mis sinapsis. Me maravillo de poder transmitir un conocimiento, un dato y una sensación y saber que han sido bien recibidos. Es mi aporte.

Basta respirar, enseñar y caminar.

P.D.
(….Escribir, buscar y observar. Este señor, Henry David Thoreau, le escribió unas cartas a su conocido G.O. Blake hablándole de la vida. Todo está en esta obra maestra, se los recomiendo. Lo pueden maridar con salmón, jugo de lulo y la literatura de Yasunari Kawabata, esa sí más aterrizada, cotidiana, plana y descriptiva. Maridar lo existencialista con los relatos cortos japoneses..maridar lo bello de leer con lo bello de transmitirles…)

Oda a ella

Estaba haciendo mercado hace un par de días y te vi. Había salido a caminar, tenía mis zapatos Osiris espaciales, negros y de suela blanca, los mejores; llevé mis audífonos gigantes, qué cuento de airpods o demás adminículos pequeños, mi experiencia musical tiene que darse con audífonos gigantes Pioneer. Es lo visual, es la moda llevada al sonido.

Iba oyendo a Honey Dijon, un mix que tengo por ahí de ella, llevaba dos bolsas reutilizables, luego oí algo del hermoso indie pop de Cults y entré al sitio donde venden frutas y verduras. Llevaba un libro que ya anoche acababa de leer, luego de haber empezado otro. Kawakami conviviendo con Héctor Abad, con Virginia Woolf, con un libro inédito de Henry David Thoreau y con la revista Vogue. Acababa de comprar un capuchino en una panadería cercana; caminaba y pensaba en tanta gente que no se detiene a pensar. Hay gente que solo habla y actúa, que no se detiene a mirarse las uñas, a mirar el guijarro que acaban de patear inconscientemente.

Pensaba sobre ser diferente. Lo bueno y lo malo que eso implica. Navegar en el mundo con la autenticidad a cuestas.

Entré y te vi. Pensaba en mis cuadernos, donde apunto mis frases, pego calcomanías y apunto memorias. Pensé en The Rain, la serie europea megaextraña que empecé a recorrer, pensé en la ficción de The Umbrella Academy y en lo medieval de Cursed. Volví a pensar en Virginia y en un ensayo que hizo sobre el cine, en 1920, cuando era la gran novedad. Claro, contextualicemos, debía haber sido muy extraño para uno darse cuenta que en un sitio cerrado se podía proyectar una serie de movimientos en una pared. El cine como novedad, el cine como algo que ahora, en épocas tan modernas, está temporalmente extinguido, como los DJ sets.

Entonces la vi. Era una fresa roja, perfecta, con sus huequitos en sus mejillas, en todo su cuerpo. Con su cresta verde, deliciosa, pensé en que era la fruta más perfecta que podía existir. Luego me dijeron que la fresa era el símbolo de la diosa Venus, que Madame Tallien, de la corte de Napoleón, trataba de aumentar su belleza bañándose en zumo de fresas. Luego supe que es una fruta muy alérgica. a Venus le habría dado alergia tal vez. No lo sé, nunca lo sabré.

Llevé varias fresas. Las llevé en mi bolsa y les tomé muchas fotos, las abracé y me continué maravillando. Les conté un par de secretos, ellas con su elegancia, con su tez rubicunda y su pelo verde, me oían. Era la belleza. Ellas también son diferentes.

El hombre que corrompió Hadleyburg

En el libro de Mark Twain, llamado “La decadencia del arte de mentir”, que tengo en este momento en mis manos, bella edición de editorial Eneida, con una pasta corrugada a color, hermosa, hay un interesante relato llamado “El hombre que corrompió Hadleyburg”. Dice la historia que este pueblo era incorruptible pero alguien le había jugado una mala pasada al protagonista, tal vez le hizo cosquillas, bullying o lo hizo sentir mal. El hecho es que el señor quiso vengarse, entonces llegó nuevamente al pueblo, con la intención de corromperlo.

Andaba con una bolsa de monedas que pesaba ciento sesenta libras y cuatro onzas. Había toda una fortuna ahí. Claramente no contaré los detalles, nada más antipático que un spóiler. No contaré detalles. El hecho es que el protagonista les tendió la trampa a todos y a cada uno de los habitantes del pueblo, cosa que cada uno de ellos se sintió “dueño” de las monedas y por ende, todos se sentían anticipadamente millonarios. 

Adivinen. Las señoras, cada una sin contarle a nadie, se sentían millonarias antes de siquiera recibir el botín, entonces se pusieron a encargar vestidos, a elaborar mil planes, jurando ser dueñas de algo que no había llegado. El desenlace averígüenlo, pero lo que quiero resaltar aquí es la mentalidad humana, cómo empezaron a elaborar planes sin tener nada fijo. No me gustan los adagios demasiado populares, pero no encuentro algo diferente a decir que montaron el caballo sin haberlo ensillado. La avaricia grande de la gente baja, creer que el dinero les iba a dar la felicidad, lo básico de los sueños de la gente básica.


Luego acabé de leerlo y seguí con otras cosas. Me comí un brownie mientras oía leftfield bass británico. Me solazaba, desbordante en buen gusto, con mi gabardina azul turquí. Me preguntaron cuándo haría la fiesta, cuándo podría ponerme mi mejor pinta, mis mejores zapatos, mi bufanda bávara, para cuándo podría escribir las mejores letras, cuándo es que iba a sacar el libro, para cuándo sacaría la cerveza especial Estrella Galicia que reposa en la nevera. Que después, dicen, que después, dicen.

No, el día para hacer todo lo mejor es hoy. No esperemos que llegue el embaucador de Hadleyburg.