Nostradamus, Nôtre-Dame y Nostrabamos

Siempre existe la necesidad del ser humano por saber qué va a pasar. Una mezcla de esperanza, para los optimistas, y de miedo, para los pesimistas. Existen también los realistas, lo cual no es más que uno de los dos bandos anteriores, sea el contexto o la coyuntura en la que estemos. Hace poco vi en el periódico de hace 25 años, o sea el de abril de 1999, lo siguiente: según la última interpretación de las profecías de Nostradamus, resumiendo, la III Guerra Mundial iba a empezar en julio de 1999, duraría siete meses, y el punto de partida sería lo ocurrido en Kosovo.

¿Qué es lo de Kosovo? Esa guerra empezó el 28 de febrero de 1998 y terminó el 11 de junio de 1999, según veo en Wikipedia. Me causó curiosidad porque siento que el ser humano siempre recurre a este famosísimo, casi celebridad, boticario, bautizado como Michel de Nôtre-Dame, nacido en 1503 (también según Wikipedia), cuando siente algún susto o incertidumbre sobre el futuro. O sea siempre. Siempre se recurre a Nostradamus (mejor no digo el apellido original, Nôtre-Dame, para no confundirnos con el jorobado) para tratar de explicar lo que podría pasar. Y claro, siempre estarán los expertos en Nostradamus que coincidirán, o forzarán para que todo coincida. Una de las mayores virtudes del ser humano es hacer coincidir la coyuntura actual con lo que sale ahí.

Recuerdo de niño que nos pusieron a ver esa película en el colegio (un documental entre tantos que hay por ahí). Mostraban calaveras, bombas y, claro, todo el tinte era de un miedo generalizado. Siempre el miedo. Prefiero pasar todo eso a un lado. Imaginen yo andar fresco por allá en mil quinientos y pico y encontrarme una carta por ahí que diga: «Fuego volcánico desde el centro de la Tierra causará temblores alrededor de la la nueva ciudad: dos grandes rocas harán guerra por un largo tiempo». Solo digo que en un importante medio de comunicación esto fue asociado a la caída de las Torres Gemelas. O sea, imaginen todo el universo que se puede relacionar con dos grandes rocas y con nuevas ciudades, en fin. Existen libros sagrados como el Apocalipsis del cual, claramente, prefiero no hablar y no polemizar. Recuerden también que llegando al año Mil, en plena época de Cruzadas, existía el miedo generalizado de que el mundo se iba a acabar. Según los europeos, venía el día del Juicio Final.

Todos los días hay guerras, siempre habrá un asesinato, o intento de asesinato, a algún dirigente, a algún Pontífice, a algún líder. Recordemos que llegando al año 2000 surgieron muchas sectas, hubo suicidios colectivos. Cuando atentaron contra el Papa Juan Pablo II en 1981 mucha gente dijo, con un aire de total seguridad: “eso estaba en el Apocalipsis, eso lo dijo Nostradamus”.

¿Quién dice que es cierto? y también, ¿Quién dice que no es cierto? Nadie lo sabe. Prefiero ni saber, así como con toda la idea de cómo se creó el mundo, de qué hay más allá. Lo único que sé es que mañana toca madrugar, que no debo tomar tanta Coca Cola, que quiero continuar leyendo mi libro “el amante bilíngüe” del español Juan Marsé, también sé que quiero empezar ya “Del Amanecer a la Decadencia” del historiador Jacques Barzun y que en mayo se vence el impuesto de vehículo con descuento.

O como dice mi papá: Nos trabamos.

Ensayo sobre la espera

Corría el año 1986, yo tenía 7 años y vivía en Popayán. En ese año el Papa Juan Pablo II visitó mi ciudad. Claramente me acuerdo muy poco de lo ocurrido, diría yo que nada. Solo me acuerdo de una anécdota de ese momento: resulta que mucha gente vino de muchos pueblos aledaños a ver al Papa, muchos viajaron varias horas en carro con tal de tener un atisbo del papamóvil (siempre me acuerdo de una periodista que dijo batimóvil, en vez de papamóvil). Dentro de tanta gente que viajó para ver al Papa, hubo una, una persona entre millones, que estaba intacta con su fe, emocionada por el momento, esperando a ver al Papa. Minutos antes del desfile, en un barrio llamado Catay, la señora (cuyo nombre no tengo ni idea), entró en un restaurante, comió algo y fue al baño.

La doña estaba en el baño cuando de repente empezó a oír unos pitos, más bulla, gritería, chiflidos, qué sé yo. ¡Llegó el Papa, llegó el Papa! Apresuró su metabolismo inherente, se afanó, se lavó las manos, buscó sus pertenencias y cuando salió del baño las luces del restaurante estaban apagadas y la puerta estaba cerrada con candado. Se había quedado encerrada; cuentan que las trabajadoras del restaurante, apenas oyeron que ya venía el papamóvil, corrieron a apagar las luces, cerraron la puerta con candado y presurosamente se fueron. Qué cuento de vender choriperros, ya, vámonos que ya viene el Papa. Y sí, la señora se quedó encerrada con sus camándulas de madera, gritó, le pegó a la ventana, a la puerta, gritó y gritó más. Pero no hubo poder humano. Perdió su única oportunidad en la vida de poder ver al Sumo Pontífice, lloró, no pudo, el arrepentimiento de haber entrado al baño, porqué no se esperó, porqué no aguantó, quién decide eso, qué mala suerte. Estuvo esperando meses, como todos los humanos esperamos. Y seguimos esperando. En el caso de ella, esa espera no dio resultado.

Esta otra anécdota le ocurrió a un portero de fútbol inglés llamado Sam Bartram. Él estaba tapando durante un partido en Inglaterra , normal. Resulta que había mucha neblina en el evento, por lo cual el árbitro se vio forzado a suspender el partido. Claro, si no se veía nada, supongo los directivos lo llamaron y le dijeron que suspendiera, a la espera de un mejor clima. El partido se suspendió pero al portero no le avisaron, entonces Sam Bartram se quedó mucho tiempo, bastantes minutos supongo, en posición alerta para tapar, con las piernas un poco dobladas, encorvado y con los brazos abiertos. Quedó alerta esperando, sin saber que esa espera no estaba dando resultado.

Dos casos, dos historias distintas, en donde una espera se trunca. En Ensayo sobre la ceguera, las personas de un momento a otro quedan ciegas y siguen preguntándose, a lo largo de la historia, qué es lo que les pasa, se quedan esperando en una fila interminable de incertidumbre. No saben hacia dónde van, nadie les dice, no tienen esperanzas.

Estamos siempre en la vida esperando, con o sin neblina. Con o sin directores técnicos. Como escribió ahí Saramago en su libro anteriormente mencionado, “el único milagro a nuestro alcance es seguir viviendo, amparar la fragilidad de la vida un día tras otro”. Ojalá cuando llegue lo que esperamos, no nos cierren la puerta del restaurante.

INTERCONECTÁNDONOS…(APARENTEMENTE)

Aquí continúa mi escrito de largo aliento. Me faltan aun cinco momentos estelares de la Humanidad, del libro de Stefan Zweig, y esta vez avanzaré con dos. Ya saben que en esta misma página, lavidaenfinanzas.com , pueden leer sobre los otros nueve momentos estelares que marcaron la Historia del mundo, en los artículos previos.

Cosas que pasan y que deparan lo que somos en este momento. Precisamente hace un día hablaba con mi hija sobre qué tanto más se pueden inventar. Es decir, ella me decía “papi, ya se conoce el funcionamiento de todo, es decir, ¿Qué tanto más hay por descubrir?”. Y esta pregunta, yo le decía, se la hacían en 1800, en 1500, en todas las épocas se la han hecho. En cada momento del presente se cree que ya se sabe todo. Siempre recuerdo la serie sobre Emily Dickinson, en la cual ella está joven, aproximadamente 1850, y ella dice que se siente muy moderna, que todo ahora está muy avanzado, existen los vehículos, existen mil avances. Claro, ella está en su propio presente y para ella no hay nada más por descubrir. Y precisamente de esto habla el próximo momento estelar: “La primera palabra a través del océano”.

El 28 de julio de 1858 Cyrus W. Field logró conectar América con Europa por medio de un cable de hierro, cobre y gutapercha. Se constituyó el primer telégrafo trasatlántico. Imaginen la odisea: tenían que ir en un barco y a medida que avanzaban ir tirando poco a poco el cable; claro, varias veces se rompió, varias veces el clima les jugó una mala pasada, varias veces desistieron. Si uno a veces quisiera rendirse comprando unas boletas de un concierto al ver que se cae la página, imaginen él, imaginen su alma, su emprendimiento, al no desfallecer y siempre siempre volviendo a empezar.

Cyrus dijo “Ya pude comunicar a todo el mundo, ya el mundo está conectado”. Claro, con el telégrafo entonces se podían mandar mensajes, señales, y llegaban al otro lado del charco. Para él, ese avance era de tal magnitud, que seguro él pensaría que ya, que ya todo estaba inventado. ¿Qué mas se necesitaría?

Hay otro momento estelar y es todo lo concerniente a la vida y obra de Leon Tolstoi. Solo les resumiré este momento con una frase que él dijo: “A los hombres solo les cansa la vacilación y la incertidumbre”. Tolstoi vaya que sí sufría mucho, no le gustaban las adulaciones, me lo imagino todo loco e irascible, que si existieran los audífonos en ese entonces, fijo tendría unos aisladores de sonido con un progressive house a todo volumen, aislado del mundo, así cínico como Diógenes. Tolstoi, has muerto sin conocer lo que era abstraerse de la sociedad oyendo las melodías del techno a alto volumen.

Y pues sí, Cyrus W. Field sentó las bases de lo que es hoy ese complejo concepto de la interconectividad. Gracias a él les puedo mandar este mail. De pronto Emily Dickinson también lo esté leyendo.

Momentos estelares y recreos

En mi escrito de la semana pasada estuve reseñando el fenomenal libro de Stefan Zweig, “Momentos estelares de la Humanidad”. Alcancé a mencionarles cinco de catorce hechos. Difícil condensar todo el proceso del Ser Humano en tan pocos eventos. El sexto evento se refiere a Napoleón, de cómo por malas decisiones fue perdiendo poder, en un capítulo llamado “El minuto universal de Waterloo” en 1815.

Continuamos, mi enemigo es el tiempo. El séptimo momento es fantástico: “La elegía de Marienbad”. Narra el momento en el que el gran Goethe, ya sesentón, se enamora de una niñita llamada Ulrike von Levetzow. Precisamente habla de cómo una persona puede ser flechada en el momento menos esperado, aquí les pongo una parte: “En lo más puro del pecho palpita el afán de a un ser más puro, desconocido y extraño entregarse agradecido, con total libertad”. Ella era Ulrike:

Octavo momento: “El descubrimiento de El Dorado”. Se narra la fiebre generada por el oro, con Johann August Super como protagonista. Él termina pobre y atribulado, aun siendo dueño de gran parte de California. Qué pesar.

Desarmando este libro por las costuras, llegamos al noveno momento, no sin antes hacer una pausa y una pregunta. Leía la semana pasada un artículo de Irene Vallejo, la majestuosa autora de El infinito en un junco. Ella plantea un postulado y es el siguiente: “El recreo es el ensayo de nuestra forma de estar en el mundo”. Esto inevitablemente me llevó a los 90s, me transportó a la época en la que fui colegial y claro, traté de imaginarme cómo era yo en los recreos, cómo me comportaba. Yo casi siempre me la pasaba solo, me comía mi pastel de pollo con jugo de maracuyá, tal vez con unas papitas. Siempre me caracterizaba por estar por ahí como solo, sereno, no sé, es difícil escribir sobre uno mismo. No sé si ese ensayo de vida, el recreo, refleje al Yo de ahora. Eso más bien lo podría responder quien me conozca. Pero les hago esa pregunta: imagínense en el recreo, ¿así como actuaban en ese entonces es el reflejo de lo que son ahora?

Habiendo dicho esto, me iré con el noveno momento. Es mágico, es desconcertante: “Momento heroico”, así se llama. Resulta que Dostoievsky, el 22 de diciembre de 1849, estaba condenado a muerte por andar en reuniones intelectuales clandestinas. Imaginen no más de qué tanto hablarían. Él hizo un discurso, estaba asustadísimo, ya sabía que iba a morir, ya lo iban a matar. A última hora llegó un edicto comunicando que el Zar Nicolás I lo acababa de indultar. Qué gran momento. De qué tanto nos hubiéramos perdido si hubiera muerto ahí. Agradezcámosle, por tanto, a Nicolás I por dignarse a salvarle la vida.

Aquí me detengo. Les quedo debiendo cinco eventos más. La próxima semana estarán aquí. Por ahora recuerden lo del recreo. Recuerden su propio momento estelar, recuerden siempre sus vivencias, sin arrepentimientos, solo como quien ve una película, solo como quien lee un libro.

Momentos estelares de esta pobre humanidad

Existen varias formatos para leer: pueden ser novelas en las que se cuentan historias, existen los periódicos, los artículos de revista, posts en internet, blogs y también textos de Historia (con mayúscula) que se cuentan como novela. Dentro de esta última categoría no podía pasar por alto el fenomenal libro, dicen que es el más famoso de Stefan Zweig, intitulado “Momentos estelares de la Humanidad”. Era una deuda que tenía que ir pagando en cuotas diarias pero cumplidas.

Me solazo, me maravillo. Lo más difícil, y tal vez lo más destacable, es que ya no tengo el libro aquí mientras escribo, ya lo devolví a la biblioteca. Lo más destacable tal vez sea que voy a poner lo que apunté y lo que medio me acuerdo. Así como contarles un chisme sin tener fotos ni videos. Básicamente el postulado del gran Zweig es que durante la historia puede haber años, incluso décadas, en las cuales no pasa nada raro, matan a algún famoso, entra algún presidente, hay por ahí alguna guerra, alguna peste, pero no son cruciales. Sin embargo, cuando uno menos se lo espera ocurre algo decisivo que va cambiando el curso de la humanidad.

Imagino el estrés de Zweig para escribir tan solo sobre catorce eventos, habiendo tantos importantes. Los describiré brevemente: el primer momento es la existencia de Marco Tulio Cicerón, más exactamente cuando le avisan que Julio César muere. La tesis de él radica en que tal vez si Marco se hubiera animado a sucederlo, algo diferente hubiera pasado. Él no actúa sino que se va a su villa a pensar, a escribir, a solazarse (de mis palabras favoritas) y de ahí sale su obra DE OFFICIIS.

Non ignoravi me mortale genuisse. Siempre he sabido que soy mortal. Eso decía Marco Tulio, y bueno, sepamos eso. Al saber que somos mortales caemos en cuenta que nada es tan importante. Todo en últimas pasa.

El próximo momento, el segundo, es la Conquista de Bizancio. Este evento fue tan importante y terrorífico así como fue para nosotros la caída de las Torres Gemelas. ¿Quién podría imaginar que las podrían derribar? ¿Quién podría imaginar que acabarían con Bizancio? Muy bueno, esto ocurrió en mayo de 1453. Como él narra la preparación de los ejércitos y cómo todo se fue frustrando es impresionante.

El tercer evento es bello y además es narrado de una forma magistral: El descubrimiento del Océano Pacífico por Vasco Núñez de Balboa. Imaginen los mosquitos, el calor, las infecciones, pero imaginen también el tesón del conquistador, ese empecinamiento para llegar al mar soñado, al paraíso. Miríadas de lancinantes insectos iban amenazándolos. El cuarto momento estelar fue la resurrección de Händel, el gran compositor. Georg Friedrich Händel se enfermó gravemente, tuvo una apoplejía, casi muere, y la pasión por componer, luego la llegada de un mensaje cifrado de parte de un poeta, esas ganas de vivir, fueron las que lo motivaron a continuar y ahí dar a luz a EL MESÍAS, una obra que siguió tocando, y aun lo hace, la Filarmónica de Londres.

Con este me despido, luego les comento los demás momentos estelares. El quinto momento es la composición de La Marsellesa, el himno nacional más bello de la historia, en 1792. ¿Cómo podría ser que, entre tanta muerte y tantos cañones, fuera naciendo esta hermosa tonada? Pues sí, así es el Ser Humano, deliciosamente irrepetible e inesperado. Los otros nueve momentos se los describo en la próxima edición.

Solo podría terminar diciéndoles que, para mí, un momento estelar de la humanidad fue la escritura de este libro: Momentos estelares de la humanidad. Es una resurrección del alma, perfecta para la Pascua.