¡Extra, extra! Existen los zapatos voladores y los ríos de salsa de tomate…

Hace unos años jugaba con un primito que tenía como, a ver, pensemos, unos tres o cuatro años en esa época. Él andaba jugando con unas tortugas ninja. Estaba Donatello, Leonardo, Miguel Ángel y Rafael. Me encantaban esas tortugas y pues sí, este bebé poseía dos de ellas, yo también tenía otras cuantas, de hecho yo ostentaba el poder de tener a Rafael en versión Samurái, con un uniforme que se le podía quitar y poner. Era espectacular. Bueno, él jugaba y yo le jugaba. Aparte de eso, como estaban de moda estas tortugas pues al niño (culicagado, como se diría en el argot de tías) también le habían regalado unas pantuflas de tortugas ninja.


El niño desfilaba y me hacía fieros en sudadera con sus babuchas de tortugas ninja. A mí se me ocurrió una vez decirle, yo muy serio y posesionado en mi papel de asesor de juguetes y moda, que usara las pantuflas como naves espaciales, en las cuales las tortugas podían viajar cómodamente y hasta asomar la cabeza. Metí a Rafael en la pantufla y le dije: “mira, quedó la nave, además mira la suela de caucho negro antideslizante, sirve para que al frenar no se deslice y aterrice bien, mira”. El primito se quedó callado un momento y se fue.

A las dos horas sirvieron el almuerzo. Entre arroz con pollo, cocacola y salsa de tomate, el culicagado llegó diciéndole a los papás: “papi, mami, miren, las tortugas andan en nave, miren la nave” e iba así como haciendo que volaban, emitiendo sonidos de propulsión a chorro, en donde se hace propulsión de babas al hacerlo (Supongo que lo están haciendo en este momento). Los papás y los demás comensales sonrieron, le cogieron la cabecita al bebé, dijeron que tan divino.

El papá del niño, que estaba al frente de mí en la mesa, me dijo, haciendo como un gesto de reverencia con la cabeza: “qué tal la imaginación de los niños, ¿no Jorge Alonso?, cómo se le ocurrió a este niño, mucho divino” y yo le respondí: “sí, mucho divino”.

Yo sonreí. Le eché mucha salsa de tomate al arroz, tenía que irme a trabajar en media hora. El arroz era como una isla, las arvejas (¿alverjas?) eran balones de fútbol, la salsa de tomate era el río y ahí nadó Rafael, en salsa de tomate, con sus espadas samurái. En mi mente, claro, con la nave espacial. Sonreí otra vez.

-¿Uy qué te pasó, te atrancaste Jorge Alonso?- me preguntaron

La imaginación es un bien común, no tiene caducidad.

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