Qué delicia sería no dormir

Este fin de semana me vi un capítulo súper esperado de una serie llamada Modern Love, en Amazon (recuerden: la vida televisiva no consiste solo en Netflix). Creo que es una de las series más lindas que he visto; la primera temporada fue hermosa y la segunda, por la que voy, también pinta impresionante. El hecho es que hay un capítulo en el que se conoce un hombre y una mujer en una provocativa cafetería en New York City. Resulta que ella tiene un trastorno o condición llamada “Síndrome del sueño retrasado”. Ella explica que es una alteración del ritmo circadiano, así que se duerme a las 8 de la mañana y se levanta a las 5pm. Estando en su hora productiva a las 10pm conoce a un tipejo que vive su sueño y su vida de una manera, entre comillas, normal. Hablando de eso, ella le dice que no, que más bien hay varios tipos de vivir en normalidad. Luego se conocen: ella una persona activa de noche y él, un señor activo de día. No les cuento más, vayan y alisten las crispetas.

Este tema trajo a colación algo que siempre me ha encantado. Siempre he pensado en que me encantaría hacer lo cotidiano, bañarme a las 7am, trabajar, almorzar, en la tarde trabajar, coger el transporte, dar clases, coger buses, llegar a la casa, comer, ver tele, se va haciendo de noche, lavar platos, ponerme el piyama o la piyama, leer, pintar, hacer mixes, escribir, despedir a las niñas que se van durmiendo porque al otro día deben madrugar, luego cumplir las labores biológicas necesarias maritales, el coqueteo, despedir a la cónyuge de un beso en la frente y listo, es la 1 de la mañana. Ahora empieza la segunda parte. Siempre pensaba que luego de eso cotidiano, me iría para mi caverna u oficina, me pondría ahí sí a leer, a disfrutar de mi soledad, de mi epicureísmo, tal vez saldría a caminar un rato, por toda la carrera 19 absolutamente vacía, escribiría, pintaría, oiría música, podría verme otras dos películas más, tomaría café cuando que, uff, ya son las 6:30 de la mañana, debo sacar a mi perrito, levanto a las niñas y me baño a las 7am nuevamente, para que el día laboral y aparentemente normal comenzara de nuevo.

Me encantaría eso. Siempre lo decía, decía que qué delicia ser vampiro. En la serie Modern Love no era estrictamente así, ya que la señora dormía de día. Me encantaría no dormir, pienso que dormir está sobrevalorado. Eso lo dijo Kate, una niña de otra serie (The bold type). Obvio hay que dormir, es algo biológico, pero como actividad, si de mí dependiera, qué delicia sería no hacerlo; aunque lo delicioso y realmente valioso sería no hacerlo mientras el resto sí durmiera.

La señora en la serie decía que le encantaba caminar por su barrio desolado a las 3 de la mañana, saber que la ciudad está toda lista para ella. Me encanta sacar a mi perrito a la 1 de la mañana y pararme en plena mitad de la calle y que no pase ni un carro. Les confieso, varias veces he hecho eso. Sentir el sonido de la calle en silencio, virgen, presta a ser seducida. Es un periodo solo para mí, es mi posesión ígnea, la noche es mía totalmente, mientras todos duermen. Nadie habla, no hay posibilidad de insolarse.

Los dejo, ya está amaneciendo, me debo ir a hacer la siesta.

La revolución de los colores


La labor de la escritura tiene varias aristas. Está por un lado quien tiene un diario, escribe para sí mismo y en este caso el acto de escribir cumple la función de catalizador, de liberación, de desahogo. Quien lo hace no necesariamente querrá que lean sus memorias, es algo más íntimo. Está también quien quiere contar una historia con el objetivo de hace reír, de hacer llorar o de hacer remover la más recóndita de las fibras. Introducción, nudo y desenlace.
Luego me meto yo ahí como en el medio de estos dos objetivos, simplemente divagando aquí e ilustrando varias ideas que me han llamado la atención, palabras nuevas, series interesantes, libros y tendencias. La vida culta está llena de estímulos, siempre hay cosas nuevas por aprender, el mundo es demasiado gigante, además cada mundo es una infinidad de culturas y si las multiplicamos por las diferentes épocas el abanico se abre: es saborear la cultura, es solazarse con ese libro antiguo mohoso de hojas amarillas, es concentrarse en esa serie o película que no quieres dejar, es disfrutar el teclado de una canción que bajé en Apple Music sin la cual la vida sería más aburridora. Cada uno de esos ítems es un dije, cada uno es un ladrillo que va conformando una edificación sólida, una casa hermosa, imperecedera, que nadie tumbará. Esa es mi mente. Tu mente. La mente del consumidor de cultura.
Eso somos, eso soy. Un consumidor de cultura. Consumir no significa memorizar. Alguien me preguntaría por ejemplo cómo era exactamente la trama de Ana Karenina o de cualquiera de los cientos leídos en el pasado. Diré, no con vergüenza, sino con orgullo, que no me acuerdo. Lo leí, lo disfruté pero no recuerdo. Pero algo me queda. Antes hacía el ejercicio de escribir lo que se me fuera viniendo a la mente y yo mismo me sorprendía de denotar zonas geográficas de Francia, nombres griegos y escritoras estadounidense que en la superficie no estaban, pero que había leído antes. No importa exactamente saber qué ocurrió, lo que importa es saber que gocé leyéndolo, recordar lo que sentí. Recuerdo vívidamente cómo iba leyendo en el Kindle en 2014 a Ana Karenina, cómo gocé, cómo me conmovió el final. Cómo gocé leyendo a Carmen Posada, a tantos, a tantas. Eso es lo que importa, ella (o bueno, él, Tolstoi) ayudó a poner ese ladrillo.
El escritor es un obrero.
Me llama la atención quien no lee, me llama la atención quien empezó a leer este artículo y lo dejó a medias y no está leyendo esta línea. Quien dejó una serie en visto y no supo saborear el final, quien se terminó disipando. Cómics, películas vanguardistas, películas ochenteras básicas. Hace poco vi una película rusa que transcurría en San Petersburgo, con unos muchachos ladronzuelos en patines de hielo. Luego contrastar esto con otra que vi hace poco, dirigida por Almodóvar, en una Madrid noventera bastante aburridora. “La realidad debería ser prohibida” decía una de las protagonistas, no sé si Rossy de Palma o quién era. Contrastar la belleza de la protagonista rusa, Sonya Priss, en Silver Skates, con los rasgos bruscos de Rossy en La flor de mi secreto. Luego ver la historia de María Estuardo en Mary Queen of Scots, magistralmente interpretada por Saoirse Ronan. Luego ver las 4 horas de La Liga de La Justicia. La cultura es contrastar.
Sí, siempre me llamará la atención quien no lee, quien no se emociona, quien vive la realidad como único o principal derrotero, dejando los designios mentales al discurrir de los periódicos, de las legislaciones y de las normalidades. Quien deja los designios en manos de las conversaciones.
Luego compraba unos lápices Faber-Castell de cuerpo negro, no color beige como siempre habían sido. La revolución de los colores. Con ellos dibujé a Olafo, sí, el clásico, pero también Anime actual, la convivencia de lo nuevo con lo clásico. Nuevos muñecos y peluches como Rilakkuma. Siempre la música de fondo: ¿porqué siempre debemos añorar lo viejo? Sí, Edith Piaf es hermosa, todo lo de las Valquirias y los Nibelungos de Wagner, sí, la música concreta y lo barroco pero también el último jungle recién salido de los estudios de Londres, los comebacks de los idol groups de Korea. Claro, nosotros le llamamos K-pop, allá ellos le llaman idol groups. Es hermoso todo lo que tiene que ver con el K-pop, hay muchos términos: las maknaes, los comebacks, las sub-unidades, el bias, el hiatus. Ser experto ahí pero no quedarse ahí: está el jazz, el trance de Holanda, el rock de The Y Axes de San Francisco.
El diletante cultural siempre va sacando los ases debajo de la manga, debajo de su blazer fino, de su hoodie Vans blanco.
Todo lo obtenemos de afuera y como dijo Coco Chanel: lo más importante en la vida es gratis y lo segundo más importante en la vida es carísimo. Y sí. Está la moda, las lociones, los cuellos plisados, los tenis de suela gorda de Valentino, las bufandas Burberry, el estilo, el maquillaje. Es pintarse las uñas, es lo hermoso de lo binario, es derribar estereotipos, es simplemente ser auténticos. Que los hombres usen falda, como esa de lino escocés que una vez usé y aun tengo en mi armario.
Sí, la revolución de los colores.
Esto fue un 0,001% de todo. Algo le quedará a alguien, alguien tal vez ahora al final esté sonriéndome. Lo logré.

Qué eligen? contemplación o nostalgia?

Tenía algo en mente, lo tenía clarísimo, tenía una maqueta de cómo podía plasmarse, cómo iba a ser escrito, pero se fue. La musa se fue, esa Musa con mayúscula mencionada en La Odisea, libro que muchos siguen viendo como un ladrillo sin darle una segunda oportunidad. Le damos segundas oportunidades a la gente, a la pareja que se equivocó, al hijo emprendedor fallido, pero no le damos segundas oportunidades a un libro que probablemente no tuvo su oportunidad de éxito en alguna época pero de pronto ahora sí. En su biblioteca seguro hay libros esperando segundas oportunidades.

Lo que quería plasmarles es que podemos decidir la contemplación o la nostalgia. La primera es vivir el presente y la segunda vivir del pasado. Vivir ya o aferrarnos a lo vivido. Salir a caminar, eso sí solo, la contemplación no puede darse en compañía, a su propio ritmo y detenerse para mirar un perro raza crispeta ladrarle al vecino. Verlo como se vuelve cascarrabias, luego ver un indigente que va jugando con la carretilla, simulando competir en la fórmula 1. Antes me sentaba en un jardín al lado del Museo Nacional, con una capucha para cubrirme del sol. Creaba mi propio silencio. Sí, contemplar, sí, pero tratar de no quemarse, nada genera más arrepentimiento que confiarse y luego estar a las 10pm con la frente carmesí, la piel mustia y el ánimo enardecido por no haberse cubierto la cabeza. Contemplar, llevar colores con los cuales subrayar un libro. Ser cultos.

¿Decían por ahí que es sacrilegio subrayar? Probablemente lo sea. Probablemente entonces soy el más sacrílego por imprimirles mi sello. Pero no es solo leer, es mirar el bus pasar, mirar el ahora. Ya no sé nada del pasado, no añoro, no podemos añorar. Acaba de pasar un bus y huele a humo, luego llego a la casa y huelo unas especias que me regaló una amiga de Turquía. Henry David Thoreau se fue a vivir al campo y escribió uno de los tantos libros que leo en este momento: “Una vida sin principios”. Decía que así de ineficaz es la conversación cotidiana. Es probable que sí. También estoy seguro que puedo hallar ese silencio en el ruido, no tengo que irme al bosque.

Nosotros podemos armar nuestro propio silencio. Y, claro está, disfrutarlo.

Bueno, aparentemente volvió la Musa.