Una confesión a MAdame Bovary

-Bueno, cuéntame, ¿Qué hiciste hoy?- 

-Era algo que tenía que hacer. Sentí el deseo irrefrenable de transmitir algo. Acababa de leer Madame Bovary, me conmovió mucho. Hace ya dos semanas había escrito sobre La Odisea, pero esta vez dije, porqué no, también sería bastante provechoso escribir sobre ella, sobre Emma. Quisiera darle las gracias a Gustave Flaubert, el escritor. ¿Sería eso posible? ¿habría forma de hacerle llegar el recado?

-Vamos a ver, aquí siempre se hará todo lo posible, aunque él está en el lote de los que murieron en 1880. Pero prosigue, ¿Qué más querías decirme?-

-Bueno, continúo con Madame. Hay algo que me gusta mucho en el campo musical, es lo que se llama la Chanson Française. A menudo oigo estas baladas francesas de los años 60 y 70. Françoise Hardy es una gran exponente. Puse de hecho L’amitié a todo volumen, luego puse a Coralie Clément. Me embebí en la canción francesa, algo que bien podría acompañarse de unos macarons, una bufanda Hermés, mi loción Terre, unas fresas, un color sangre de toro en las uñas, un delineador oscuro en los ojos. Sensualidad y estilo, toda una alegoría a Halston, a la moda, al amor, al jardín de Luxemburgo. Bueno, lo que le decía, toda la atmósfera de Madame en la que anduve metido unas cuantas semanas fue hermosa. Hay una frase al final que dice: “¡ES CULPA DE LA FATALIDAD!”. Pero bueno, no quiero dañarle el final a quien no lo ha leído. Qué linda la literatura. 
En el libro se habla de las personalidades. La mujer alemana era vaporosa, la francesa era libertina y la italiana apasionada. Eso lo decía Gustave, como digo, me metí en el libro, qué rico que la gente por leer esto se metiera también en esa atmósfera de mil ochocientos. Ay Madame, salían del Hotel de Boulogne, en ciertas ocasiones le arrancaban la cinta delgada de su corsé. Los amantes se sublevaban contra la absorción cada vez mayor de su personalidad. Qué pasión previa, qué bello imaginarlo y escribirlo. ¿Continúo?-

-Sí, continúa. Por cierto, ya le escribí a Gustave, ya le di tu recado-

-Gracias, es delicioso transmitir gustos. Mencionando situaciones del libro, alguien tocaba en el cielo epitalamios elegíacos, había largas levitas, hubo un pagaré de 700 francos, ay las deudas, ningún ser humano, por mucha clase que tenga, se salva de ellas en algún momento de su vida. Cucharillas de plata dorada, adulterios. Creo que me enamoré de ella, pude sentir la pasión en su ser, Madame debió ser hermosa. Sus cejas, imagino su perfil, su torso, su boca. ¿Podría decirle a Madame Bovary que quisiera algún día una cita con ella? Con mirarla y recorrer su perfil con mi dedo índice ya todo sería suficiente, con percibir su aroma ya con eso se sublevarían las pasiones. Dile por favor.

-¿Sí señor, algo más que quieras decir de tu experiencia?-

-Nada. Solo mencionaré un término del libro que me gustó mucho: “la inefable seducción de la virtud que sucumbe”. Le daré play ahora a Françoise nuevamente. Todo continúa, ya estoy en la modernidad, en la música electrónica y en el k-pop plateado y ultramoderno. Cambio y fuera. Gracias, conciencia. 

 
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