¿A quién elegirían?

Hace unos días estuve participando en lo siguiente: básicamente, era una conocida dinámica en la que están en una isla desierta con 10 personas y llega la amenaza de un tsunami o de algo que ya, en pocos minutos, destruirá todo por completo. Aludiendo a lo excesivamente hipotético, se acerca un helicóptero y solo puede salvar a una persona. Entra el juego: teníamos 30 segundos para que, cada uno, expusiera los argumentos por los cuales debería ser él (ella), y no nadie más, quien debería ser salvado. ¿Qué argumento puedo tener yo para que me salven a mí y no a los demás?

Con toda razón, la gran mayoría exponía argumentos como: tengo toda una vida por delante, tengo una abuela que me espera en la casa con un chocolate y no la puedo defraudar, tengo tres hijos y qué sería de ellos sin mi existencia, quién velaría por ellos, yo soy joven y quiero cambiar este país, quiero cambiar el mundo, soy un trabajador social cuya misión que me otorgaron es ayudar a la gente, ellos me necesitan, tengo una hija que me ama y a la que quiero ver crecer, no sería justo morir tan joven, el mundo allá me espera y tengo todo el ímpetu para cambiarlo.

¿Quién dice que todo lo dicho es falso? nadie. Todo es válido. Pero cuando todo es válido entonces nada es válido. Todos tenían esos mismos argumentos, a todos claramente les espera un futuro en tierra firme. Pero también, si todos tienen los mismos argumentos, ¿cuál debe pesar más? ¿Qué criterio debe prevalecer ante el propósito vital de una adolescente, un adulto o una señora de 60 años? ¿La edad? ¿La magnitud del propósito? ¿La precariedad de los recursos del uno Versus los del otro? En fin, todo en la vida es arbitrario y más aun en ese ejercicio hipotético sci-fi.

Me quedé pensando un rato y me lancé al agua. Opiné que mi vida no tenía mayor propósito que la de ningún otro, que si volvía a tierra firme claramente no iba a cambiar el mundo. Los miré a los ojos y les dije: “Sé que sus familias estarán muy tristes de verlos partir, unos más jóvenes que otros, pero tengan la absoluta seguridad de que me llevaría estas últimas miradas, unas desoladoras, otras esperanzadoras, y se las transmitiré a cada uno de sus familiares”. Esto no lo dije, pero sería bello, dentro de lo triste, contarles a cada una de las familias los últimos días de vida de sus seres queridos. Qué comían, qué dijeron, qué chiste echaron, qué último anhelo cargaban.

Acabó la dinámica. Me quedé con esa idea: muchas veces cuando alguien muere nos acordamos, claro, de todo lo que hicieron, de cuando se graduaron, de cuando se casaron, pero creo que siempre queda en el corazón lo último que hicieron, la última vez que los vieron, las últimas palabras que dijeron. Creo que hay una gran importancia en el ser humano por ese momento de ruptura, ese momento donde se cierra el telón.

Cierren los ojos e imaginen a su ser querido que partió, seguramente recordarán el último momento que lo vieron, la última risa viendo algún programa, algún favor, una última bebida, apaga la luz, pásame las medias, ahora vuelvo. Dicen también que cuando un perro muere, eso dicen los que saben, lo que ellos buscan es la mirada de su amo, un último juego, un último rasguño.

Ese momento de ruptura que nos dice probablemente que la historia continuará, precisamente ahí donde quedó interrumpida.

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