Coincidencias celestiales

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La Semana Santa en Popayán representó la tranquilidad de estar en mi hogar. Es mirar alrededor, saludar gente de la niñez y respirar algo diferente. No es lo cotidiano, es algo que va más allá, es ese clima que no es caliente pero que no es frío, el clima de mi ciudad. Es curioso: el día en el que la pequeña salió de regidora, llovió de 12 del día a 3pm, hora en que se abrió el cielo para la procesión; luego, con la mayor, llovió todo el viernes y a las 7pm el cielo mostró todo su posterior esplendor; sin embargo, el sábado hubo que cancelarse la procesión, ahí sí no hubo sincronía celestial. Dentro de las múltiples actividades, es importante tratar de abarcar todo el espectro de edades, no todo puede ser actividades para el segmento poblacional denominado Adultos. Debe haber para todo el mundo; no todo en la Semana Santa puede ser procesiones y rezos, eso está claro. También hubo brinca-brincas, sushi, cine y piscina de espuma. Cada instante fue mágico.

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Sin embargo hubo algo especial que merece ser contado. Era sábado santo, lloviznaba y como les decía, la procesión se canceló. El paso del Cristo resucitado tuvo que ser escampado temporalmente en otra iglesia, Santo Domingo, mientras se llevaba a la Catedral. En todas estas actividades, caminaba por el hermoso centro con mi hija y con una hija de una primita, una niña de 8 años que se llama Lyah. Íbamos por las bellas calles de Popayán, en el mejor medio de transporte: a pie. Sentíamos ese delicioso olor a incienso, oíamos pitos, gritos, risas, y el repiqueteo de algunas gotas en los techos. Era sábado, ya acababa la Semana, ya se estaba celebrando la Resurección, empezaba la Pascua. Pasamos por un sitio llamado El Paraninfo, un bello auditorio donde se celebran conciertos de música sacra y graduaciones. Yo manifestaba que no visitaba ese sitio hace ya varios años y mi primita, Lyah, decía que una vez había asistido ahí con su niñera de ese entonces, quien se llama Cindy.

Íbamos caminando rápido, como les digo, mirando la noche, viendo otra bella iglesia, La Ermita, a la distancia. La lucidez y la calma de las noches de mi Popayán. Íbamos, hablábamos de lo buena niñera que había sido ella. Cindy fue una niñera que la marcó a ella, una tierna muchachita que yo no veía hace años, ella ya no trabajaba para Lyah. Así es, recordábamos que Cindy había sido una muy buena niñera, que tal vez nadie podría reemplazarla.

Era sábado, era Semana Santa, los milagros existen. Los milagros siempre están ahí sino que no los vemos, es el inusitado asombro de estar vivos. En ese instante, se acercaron dos niñas, caminaban rápido en dirección contraria. Vaya sorpresa, una de ellas era Cindy; lo más curioso es que ella no vive en Popayán, ella vive en Tolima y estaba coincidencialmente de paso por la ciudad blanca, más coincidencialmente de paso por esa calle, a esa hora, ese preciso instante en el que Lyah pasaba; yo rápidamente dije para mis adentros, luego a ellas, luego grité, luego me sobresalté. -“¡Cindy, hola!”. Lyah volteó su cabeza y la miró. El tiempo se detuvo.

Se abrazaron muy fuerte y las dos lloraron. Dimensionémoslo: ella no veía a su niñera desde hace unos cinco años. La bulla, los pitos y la llovizna, todo se detuvo en ese momento.

Y sí, eso ofrece mi Popayán. Los sábados por la noche, siempre.

Mi ciudad.

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