El misterioso caso de la pizza a domicilio

-Amor, eres una belleza, no sabes cuánto te agradezco, además preciso me llegó a la hora del almuerzo. En verdad gracias por la pizza, qué detallazo, además de Di Lucca, te mando un beso- le escribió él por mensaje de texto.
-Eh, gracias, yo también te amo, pero no sé de qué hablas- le respondió ella.

Esto ocurrió en una locación de la ciudad. En otro lado, a unas 30 cuadras de ahí, a la misma hora, llegó otra pizza. Un destinatario oyó el timbre y el portero se la entregó.
-¿Quién dejó esto?- le preguntó él, mientras se acariciaba el bigote.
-No sé, doctorcito, alguien la dejó y se fue- le respondió el portero.
¿Sería una pizza-bomba?

En múltiples locaciones de la ciudad un ejército de domiciliarios, unos en moto y otros en bicicleta, entregaron cajas de pizza de prosciutto. Un ejército, puros personajes enfocados y desplegados hacia un mismo fin: llenar la ciudad con sabores, a plena hora del almuerzo y de manera anónima.

En otra dirección alguien había pedido a Kokoriko y cuando bajó a recibir el pedido, encima había una caja también con una pizza. ¿Cómo así? La ciudad había sido invadida de pizzas de Di Lucca. Luego en otro barrio, otro destinatario estaba en operación pañal, cambiando a su hijo de pocos añitos de edad, cuando el portero también lo llamó. -Señor, le dejaron aquí una caja que huele muy rico, vaya usted a saber quién fue, ¿me da un pedacito?- 

Se me ocurrió llamar por teléfono a lady Rox, la gerente del restaurante. Ella no sabía qué había pasado. Pensaba que era un error, ¿qué podría haber ocurrido?

Ataques de masa italiana adornada con carnes rojas. Pimientos, salami y quesos rondando por los barrios, rúgulas incesantes a lo largo de las carreras, avenidas, localidades y calles. La magia acabó, o más bien se exacerbó: alguien estaba en ese momento en la propia portería, en la escena propia de la entrega, en ese mismo momento de compensación y liquidación de la operación. Atinó a preguntarle al señor motorizado: -yo no estoy esperando ninguna pizza, ¿de dónde vienes tú, amigo? confiesa-. El muchacho se puso su máscara de Star Wars, miró para ambos lados y salió volando por la azotea. Esa era su tradición. Nunca se supo nada.

Aún ahora, diez lustros después, me pregunto quién tuvo como misión mandarme esa pizza. Sea quien haya sido, gracias siempre por esa misión hipster. Fue una pizza de gran tradición.

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