El hombre que corrompió Hadleyburg

En el libro de Mark Twain, llamado “La decadencia del arte de mentir”, que tengo en este momento en mis manos, bella edición de editorial Eneida, con una pasta corrugada a color, hermosa, hay un interesante relato llamado “El hombre que corrompió Hadleyburg”. Dice la historia que este pueblo era incorruptible pero alguien le había jugado una mala pasada al protagonista, tal vez le hizo cosquillas, bullying o lo hizo sentir mal. El hecho es que el señor quiso vengarse, entonces llegó nuevamente al pueblo, con la intención de corromperlo.

Andaba con una bolsa de monedas que pesaba ciento sesenta libras y cuatro onzas. Había toda una fortuna ahí. Claramente no contaré los detalles, nada más antipático que un spóiler. No contaré detalles. El hecho es que el protagonista les tendió la trampa a todos y a cada uno de los habitantes del pueblo, cosa que cada uno de ellos se sintió “dueño” de las monedas y por ende, todos se sentían anticipadamente millonarios. 

Adivinen. Las señoras, cada una sin contarle a nadie, se sentían millonarias antes de siquiera recibir el botín, entonces se pusieron a encargar vestidos, a elaborar mil planes, jurando ser dueñas de algo que no había llegado. El desenlace averígüenlo, pero lo que quiero resaltar aquí es la mentalidad humana, cómo empezaron a elaborar planes sin tener nada fijo. No me gustan los adagios demasiado populares, pero no encuentro algo diferente a decir que montaron el caballo sin haberlo ensillado. La avaricia grande de la gente baja, creer que el dinero les iba a dar la felicidad, lo básico de los sueños de la gente básica.


Luego acabé de leerlo y seguí con otras cosas. Me comí un brownie mientras oía leftfield bass británico. Me solazaba, desbordante en buen gusto, con mi gabardina azul turquí. Me preguntaron cuándo haría la fiesta, cuándo podría ponerme mi mejor pinta, mis mejores zapatos, mi bufanda bávara, para cuándo podría escribir las mejores letras, cuándo es que iba a sacar el libro, para cuándo sacaría la cerveza especial Estrella Galicia que reposa en la nevera. Que después, dicen, que después, dicen.

No, el día para hacer todo lo mejor es hoy. No esperemos que llegue el embaucador de Hadleyburg. 

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