El sonido de las teclas en el silencio

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Mi último post había sido el 10 de marzo, o sea hace aproximadamente 12 días. Mi último artículo se llamaba “El poder de la calma” y básicamente se refería a algo que denominaron el Lunes Negro. En ese último post escribí sobre lo ocurrido el 9 de marzo, día en el que el dólar se trepó hasta los 3.800 pesos y unos títulos del gobierno que se vencen en 2034 habían subido su tasa hasta el 6.93%. Miren lo que son los contextos: esos niveles me parecieron absurdos, incluso yo decía que ya, que eran máximos máximos. Decía yo que luego debía venir la calma, luego de ese lunes negro en el que por unas prevenciones de un virus y por un petróleo abajo las cosas se pusieron un poco feas.

Al día siguiente, ya miércoles 11 de marzo, todo siguió empeorando. Todo siguió bajando de precio y las alarmas se empezaron a prender. Recuerdo que las pantallas, es decir el software donde se compran y se venden, en mi caso, los títulos del gobierno, se quedaron casi vacías; eso quiere decir que nadie quiere entrar a cotizar, puesto que por el riesgo no les interesa. Empezaron a recomendar no salir tanto a la calle, cuidarse, usar tapabocas, lavarse aun más las manos, todo empezó a pasar de naranja a rojo.

Posteriormente, el viernes 13 tenía yo un viaje planeado a mi ciudad Popayán a visitar a mis papás. Estuve con ellos delicioso, encerrados voluntariamente ya que las alarmas sanitarias se prendieron, pero alcanzamos a desayunar delicioso por ahí en un restaurante de un señor español. Incluso terminé de escribir mi libro, “Osías y Laura”, un libro al que le puse todo mi corazón y que algún día será publicado. Me despedí de ellos y sin problema, quedamos de vernos en Semana Santa para ver las procesiones y comer sánduches de Zan Anghel.

Ahora todo ha cambiado. Es domingo, son las diez de la noche y todo es silencio. Lo curioso es que por la tarde, en la calle también todo fue silencio. Y ayer sábado a las 8 de la noche, hora pico en restaurantes, centros comerciales y bares, también todo fue silencio. Estamos todos encerrados.

Tengo una bufanda roja y desde aquí les escribo. Los contextos cambian mucho. Ahora hay delfines por ahí nadando nuevamente, hay calma, me siento privilegiado, si leemos esto debemos sentirnos privilegiados. Mucha gente no lo está. Toda la realidad cambió, pero diría yo que, respecto a ese artículo de hace 12 días, el título continúa: “El poder de la calma”.

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