San Lorenzo, cartas de amor, queso y Monterrey

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“Dios sabe que nunca busqué en tí nada más que a ti mismo”. Con esta frase de Eloísa a Abelardo comienzo la dosis de cultura diaria. Esto hace parte de una triste carta que ella le escribió ya estando separados a la fuerza. Vaya tristeza que se produce cuando alguien no puede estar con quien quiere. Ahora viajemos del siglo doce (XII, ayer escribí con una X de más, mil disculpas) hasta la actualidad. Amo lo extremadamente antiguo y lo extremadamente moderno, por eso es que mis libros incluyen lo recién salido del horno, conviviendo con los empolvados clásicos.

Ayer hubo una buena jornada en la que dí unas capacitaciones financieras, de las cuales siempre saco la misma conclusión: cuando alguien hace una pregunta me dan ganas de darle un abrazo. No hay mayor gesto de arrojo, de valentía, de sed por el aprendizaje, que alzar la mano. No preguntar, aun queriendo preguntar, genera procedimientos inconclusos. Nadie más valiente que quien levanta la mano. Claro: un procedimiento no se aprende en un solo día, precisamente todo se va aprendiendo y desaprendiendo con los años. Ambos procesos igual de importantes.

Durante la media tarde, pude apreciar el hermoso paisaje que abruma la mirada desde allá arriba en la Universidad de Los Andes, luego de reuniones interesantes. Y al final de la jornada, en un restaurante llamado San Lorenzo, la tarde murió dándole espacio a la noche con sus novenas, con su lucidez. En dicha cena corporativa, cena de fin de año, les contaré en qué consistió mi asignación gastronómica para que se antojen: se llamaba Pollo Monterrey, una cama de tortilla de harina con queso gratinado, pollo a la plancha y pico de gallo.

Fui partiendo la costra del queso poco a poco, así como un escultor iba moldeando su marfil, su porcelana. Yo iba rompiendo la estructura y el pico de gallo, con su dosis perfecta de limón, se mezclaba con el filete de pollo. Delicioso. Si lo piden (el plato), sé que se acordarán de mí. Así como se acuerdan cuando leen a Nabokov, o a Kawakami o a Dickens.

Estos son los detalles hermosos.

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