Por lo general, no siempre, los domingos salgo a comprar pandebonos o buñuelos para el desayuno, a un sitio que queda aproximadamente a tres cuadras de distancia. Voy, veo gente, a veces oigo música y llevo a mi perrito Cristo. También voy a la tienda que queda ahí abajo a comprar víveres. Ayer, mientras pagaba unos huevos y un jugo, la señora cajera hablaba por teléfono. Estaba apuntando un domicilio: “un tomate, una cebolla y dos bananos, vecina”. Me quedé esperando y la oí decir que a donde debía llevar el domicilio era ahí al lado, precisamente al lado del apartamento. El gallardo y proactivo cliente estaba pidiendo un domicilio a la tienda que quedaba a dos pasos de distancia. Sonreí, me despedí y desayunamos delicioso.
Ningún momento es mejor para meditar que cuando uno lava platos. Me encanta hacerlo. Me acordé de lo ocurrido el fin de semana, del mercado financiero y del sitio al que fui a comer el viernes: se llama Kurenai, es relativo a toda la cultura manga y anime japonesa, es hermoso, las meseras están vestidas como las maid del distrito Akihabara en Tokio. Comí onigiris en forma de oso panda, gyosas y el Kurenai Maki. La delicia total, buen sitio temático para que lleven a sus niños y niñas.
El sábado preferí caminar en vez de pedir a domicilio. Y luego el domingo la carrera 19 estaba atestada de bicicletas con la cajita anaranjada. Pensé en cuánta gente solicitaba domicilios. Un tomate, un jugador de fútbol o una revista. Caí en cuenta que el color anaranjado de las calles es directamente proporcional al nivel de pereza de la sociedad. De ahí el éxito.