(fuente: www.eluniversal.com.mx)

Hola:

Las lágrimas pueden estar a la vuelta de la esquina, muchas veces sin uno ni siquiera saberlo.  Pasando tiempo de calidad y de descanso en un centro comercial, plan que me encanta realizar a veces, luego de almorzar ensaladas mexicanas de filetes de carne de res recortados en julianas y luego de darnos una pequeña vuelta vitrineando por ahí, decidimos pasar por el cine, sin haber hecho ninguna reserva previa y dejando la actividad al azar, para ver si alguna de las programadas coincidía con la hora en la que hacíamos fila.

Cinco de la tarde en punto, hacíamos la fila y vi que estaba empezando “Mi Amigo el Dragón”. A la premiére no había podido asistir y la tenía en mi radar desde hacía rato. Opté por esta película. Entramos, nos acomodamos en la localidad cómoda y sosegada, empezó la película.

(fuente: www.diaadia.com.ar)

Siempre he creído firmemente en el poder de este tipo de películas por encima de las demás. La fantasía y el fondo sensible tras la aparente ferocidad del verde dragón fueron despertando en mí todo tipo de sentimientos. Y con todo el desenvolvimiento de la historia, las lágrimas comenzaron a brotar de mis entrañas.

Los dos niños que aparecen ahí son muy especiales. Uno vive en la selva y otra vive en el pueblo, todo bajo una atmósfera creada en los años 80s. El papel de Robert Redford como abuelo es bastante emotivo y nostálgico.

Es natural no contar los detalles, eso se los dejo para que lo averigüen por ustedes mismos. Todo se puede resumir en que cuando la película acabó y prendieron las luces, una señora nos miró con algo de complicidad: resulta que estábamos los cuatro integrantes de la familia, ahí todos llorando al enterarnos del final, luego de ver cómo todo se iba desenvolviendo, luego de ver cómo las piezas van encajando como un rompecabezas de amor. Fue una experiencia de verdad muy bonita. No se la pierdan, totalmente recomendada.